¿Qué es ser obeso? Aunque la pregunta parezca sencilla, hasta el momento no existe un criterio único e indiscutible para calificar así a una persona. Hasta la consideración de la obesidad como enfermedad en sí misma ha protagonizado uno de los debates más controvertidos y polarizadores de la medicina moderna. Tal y como denuncia el colectivo de endocrinos españoles periódicamente, «todavía carece de un reconocimiento como enfermedad crónica».
Para arrojar luz al debate y establecer un método de diagnóstico con más matices, que atienda a la diversidad y evite errores en el tratamiento de los pacientes, 75 organizaciones médico científicas de todo el mundo han respaldado una nueva fórmula acordada por una comisión de salud formada por 54 especialistas de todo el mundo que publica este miércoles The Lancet, la revista referente en Medicina.
Para entender la propuesta hay que partir del método tradicional básico para diagnosticar la obesidad: el Índice de Masa Corporal (IMC). Este es el resultado de una operación matemática (peso dividido por la altura al cuadrado). Con él se establecen cuatro categorías que clasifican a las personas por su talla.
Pero este índice clásico, considera la comisión de expertos, puede valer para estudios epidemiológicos, pero «obstaculiza tanto la práctica clínica como las políticas de salud, impidiendo que las personas con obesidad -600 millones en todo el mundo- reciban la atención que necesitan realmente».
Francesco Rubino, uno de los autores del artículo y profesor del King's College de Londres, defiende que «considerar la obesidad sólo como un factor de riesgo y no como una enfermedad puede negar de forma injusta el acceso a la atención médica oportuna a personas con problemas de salud; pero, por otro lado, también decir por la talla que una persona es obesa puede dar lugar a un sobrediagnóstico y a un uso indebido de medicamentos y procedimientos quirúrgicos, con el potencial de causar daño al individuo y costos desmesurados para la sociedad».
Para afinar, los expertos proponen incluir otras mediciones que vayan más allá de la báscula, porque ésta, en combinación con la altura de las personas, no tiene en cuenta la medida directa de la grasa, su distribución y, mucho menos, proporciona información alguna sobre la salud general o enfermedad individual.
Por ejemplo, no es lo mismo acumular grasa en los brazos o piernas que alrededor de la cintura o los órganos internos vitales, como el hígado o el corazón. Esto último tiene un mayor riesgo para la salud y no es tenido en cuenta por la visión simplista del IMC. Sólo con él pueden «pasar desapercibidos» estados carenciales de salud en personas sin un exceso de peso notable.
Francesco Rubino
King's College Londres
Las nuevas mediciones a asumir por los sistemas de salud en el diagnóstico son: al menos una medición del tamaño corporal relativa a la circunferencia de la cintura, la relación entre ésta y la cadera y entre la estatura, en combinación con el IMC; al menos dos de estas mediciones independientemente del IMC y la medición directa de la grasa corporal con métodos fiables como un escaneo de densitometría ósea o DEXA (técnica de análisis de la composición corporal basada en rayos X).
Para aquellas personas que tengan un IMC muy elevado -más de 40-, «puede asumirse el exceso de grasa corporal de forma pragmática».
Junto a la medición de la grasa corporal, los expertos proponen considerar el estado de salud de los individuos, esto, las afecciones que ya sufran derivadas aparentemente del exceso de acumulación de grasa que afecte a sus órganos vitales y metabólicos.
Con ello, se dividiría el actual concepto básico de 'obesidad' en dos diagnósticos nuevos: 'obesidad preclínica' y 'obesidad clínica'. Se puede decir que la primera es una condición de obesidad con función orgánica normal, sin enfermedades en curso pero con riesgo variable de desarrollar alguna vinculada a esta condición. «En estos casos debe recibir apoyo para reducir el riesgo de desarrollar posibles enfermedades», valora la comisión.
En el caso de la obesidad clínica, deberían concurrir condiciones patológicas tales como un mal funcionamiento de órganos y tejidos debido a la acumulación de grasa, dificultad para respirar, función cardíaca deficiente, dolor en rodillas, caderas, rigidez articular y reducción del ángulo de movimiento debido a la grasa, otros síntomas derivados del mal funcionamiento de riñones, vías respiratorias, órganos metabólicos, sistemas nervioso, urinario, reproductivo y linfático.
Esta diferenciación de una fase previa también plantea 'peros' por considerar que la preclínica no requiere de tratamiento sino de intervención para frenar un riesgo futuro.
Irene Bretón
Sociedad Española Endocrinología
La endocrinóloga Andreea Ciudin, coordinadora de la Unidad de Obesidad del Hospital Vall d'Hebron, así lo expresa en su valoración del 'paper' a SMC: «La inflamación de bajo grado y la disfunción del tejido adiposo ya están presentes cuando hay un exceso de grasa corporal y esto significa obesidad, no una fase previa. Ya existe en la sociedad, tanto en la población general como en el ámbito de los profesionales sanitarios, la tendencia de minimizar e infradiagnosticar la obesidad, incluso cuando está clínicamente complicada. Este concepto de preobesidad no aporta beneficio en el sentido de volvernos proactivos para poder concienciar a la sociedad, pacientes y profesionales, y tratar correctamente esta enfermedad, que ahora ha llegado a niveles pandémicos».
La nueva propuesta no es ajena al momento actual, en el que varios fármacos empleados para tratar la obesidad -la mayoría antidiabéticos- han revolucionado el tratamiento del exceso de peso en todo el mundo. Concretamente, está en discusión la cobertura por parte de los sistemas nacionales de salud y de las aseguradoras médicas de estos y otros tratamientos.
En España, la financiación de estos nuevos principios activos (semaglútida, liraglútida y tirzepatida), que han demostrado ser eficaces contra la obesidad y cuya venta privada se ha autorizado para combatirla, no se incluye en el Sistema Nacional de Salud.
Sociedades médicas como la Española de Endocrinología (SEEN), incluida en el 'paper' entre las entidades que apoyan la publicación de The Lancet, reivindican la necesidad de plantear su inclusión progresiva en la cartera de servicios del SNS y estudiar métodos de «financiación para que se puedan aplicar a las personas que más lo necesiten».
El elevado coste de los fármacos y la alta prevalencia de esta patología crónica -afecta a uno de cada 5 adultos y a uno de cada 10 niños en España- «requiere articular estos mecanismos» que aseguren un tratamiento eficaz.
Andreea Ciudin
Hospital Vall d'Hebron
Irene Bretón, coordinadora del área de obesidad de la SEEN, en declaraciones no vinculadas al artículo de The Lancet, reconoce las carencias en el diagnóstico en la actualidad. «En el momento actual pasa con frecuencia inadvertido y no consta de manera adecuada en los registros de la historia clínica. Sólo con el reconocimiento de que la obesidad es una enfermedad crónica, se podrían poner en marcha medidas que ayuden a su control».
Sobre las fórmulas, destaca la necesidad de establecer protocolos y rutas asistenciales en la que estén implicados distintos profesionales sanitarios y otros recursos, «más allá de la consulta clásica», para lo que ya existen herramientas.
Uno de los aspectos más denostados por los profesionales de la obesidad es el estigma que recae sobre las personas que la padecen. El nuevo protocolo persigue, sobre todo, eliminar «los prejuicios y la estigmatización» basados exclusivamente en el peso corporal. Estos son un «obstáculo en los esfuerzos por prevenir y tratar eficazmente la obesidad». La prevención también necesita de un diagnóstico acertado. Por ejemplo, hay que tener en cuenta que entre el 40 y el 70% del riesgo de desarrollar obesidad se debe a causas genéticas. Como apostilla la doctora Bretón: «El tratamiento no depende exclusivamente de la voluntad del paciente».
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