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PABLO M. DÍEZ
Sábado, 22 de octubre 2022
Ya se sabía que el XX Congreso del Partido Comunista de China iba a escenificar la coronación de Xi Jinping como el dirigente más poderoso desde Mao. Pero lo que nadie podía esperar es quesupondría además la defenestración pública de su antecesor, Hu Jintao, y ... la liquidación de su legado ante los ojos de todo el mundo. En un momento sorprendente que está dando mucho que hablar y quedará para la historia, Hu Jintao fue sacado a la fuerza de la sesión de clausura ante los 2.300 delegados congregados en el Gran Palacio del Pueblo y la prensa china e internacional.
El incidente, extraño y lleno de tensión, tuvo lugar justo cuando se franqueaba el paso a los periodistas y las cámaras, que llevaban más de una hora esperando a que terminara una reunión a puerta cerrada. Mientras los reporteros se colocaban en la segunda planta del anfiteatro, Xi presidía el estrado acompañado de la cúpula del partido. A su izquierda, Hu Jintao toqueteaba una carpeta con documentos y el 'número tres' del régimen y presidente de la Asamblea Nacional, Li Zhanshu, intentaba sujetarle las manos con una sonrisa comprensiva por su avanzada edad, 79 años, y su deteriorado estado de salud.
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Pendiente de la escena, Xi Jinping giró levemente la cabeza hacia su izquierda e hizo una señal a uno de sus ayudantes, que acudió de inmediato. Tras comentarle algo al oído, el hombre, sorprendido, señaló con su índice a Hu Jintao y a una salida y Xi asintió. A continuación, vino un bedel y Xi volvió a repetir la orden, esta vez con gestos decididos. A Hu se le cambió el rostro y se mostró perplejo. A su lado, tanto Li Zhanshu como Wang Huning, ideólogo del régimen, también se quedaron estupefactos mientras el bedel levantaba al veterano político de la silla.
Resistiéndose, el expresidente miró incrédulo a Xi Jinping. Durante más de un minuto, en el que el bedel le sujetaba el brazo y le indicaba la salida, trató de volver a sentarse para permanecer en la reunión, en la que se iban a votar las reformas a los estatutos del partido propuestas por Xi Jinping. De hecho, incluso le interpeló directamente para quedarse y ambos se dirigieron unas miradas que lo decían todo: mientras Hu Jintao le clavaba los ojos, Xi Jinping le contemplaba con condescendencia, sin perder la compostura ni ceder a sus ruegos.
El exmandatario trató de zafarse del bedel, que lo agarraba con fuerza del brazo. Aunque parecía confundido porque su salud está muy delicada, era evidente que no quería marcharse. Mientras el ayudante de Xi y el bedel insistían, Li Zhanshu se secaba el sudor azorado y Wang Huning miraba con la boca abierta. Ante la negativa de Hu a salir de la sala, el ´número tres' del régimen intentó levantarse para interceder por él, pero Wang Huning, a su lado, le tiró de la chaqueta para que se sentara y no interfiriera. En unos segundos que parecieron interminables, un conmocionado Hu siguió discutiendo con el bedel. Pero, finalmente, no le quedó más remedio que salir de la sala.
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Al irse, le dijo algo a Xi Jinping, quien le contestó sin apenas mirarle. Escoltado por el bedel y el ayudante, Hu posó su brazo sobre el hombro del primer ministro, Li Keqiang, su favorito para sucederle como presidente hace diez años aunque quedó por detrás de Xi. Cabizbajo, Hu Jintao pasó ante sus antiguos camaradas, entre ellos quien fuera su primer ministro, Wen Jiabao, que ni siquiera se volvió para mirarle. En primera fila, toda la cúpula del partido permaneció impasible.
Debido a la tensión del episodio y la presencia de las cámaras chinas y de todo el mundo, podría tratarse de una purga pública. Mientras los analistas internacionales intentaban explicar el extraño incidente con distintas teorías, la censura ocultaba el incidente en la prensa china. La agencia estatal de noticias Xinhua justificaba ya de noche que la marcha de Hu se debía a su mala salud y a que sufría una indisposición. Si ese fue el motivo, la actitud de todos los presentes, empezando por Xi, resultó de lo más fría.
Este desalojo es solo el último desaire del sucesor de Hu contra su figura y su legado. Ya sea por motivos políticos o por su mala salud, el incidente ha roto todas las normas del protocolo y, lo que es más importante en China, el respeto a los mayores. La imagen de un delegado y un bedel sacando a tirones a un anciano de 79 años, cuya salud es muy frágil, revive los fantasmas de las purgas durante la época de Mao. Además, la presencia de los medios hace sospechar que Xi Jinping ha querido hacer un alarde de fuerza.
Esta animadversión no es nueva ni parece provocada por un incidente menor. Ya en la inauguración del Congreso el domingo pasado, Xi se despachó a gusto contra él en su discurso, recordando que «hace diez años había problemas a los que no se quería hacer frente». En concreto, se refería a la corrupción rampante y a la relajación ideológica durante el mandato de Hu Jintao, entre 2002 y 2012 como secretario general del Partido Comunista y entre 2003 y 2013 como presidente de la República Popular.
Para acabar con aquella época disoluta, que sin embargo hizo que la economía fuera como un tiro, Xi Jinping lanzó una feroz campaña anticorrupción nada más tomar el poder en 2012. Entre los casi cinco millones de funcionarios y cuadros purgados desde entonces, destacan los más estrechos colaboradores y altos cargos de su predecesor.
Tras su salida, todos los delegados alzaron su brazo a favor de las enmiendas presentadas y no hubo ni un voto en contra. Al son de 'La Internacional', Xi Jinping se coronó como el mandatario más poderoso desde Mao y con una silla vacía a su lado que simboliza su fortaleza absoluta en China.
Nacido en 1942 en la provincia de Anhui, en una acomodada familia de comerciantes, Hu accedió en 1959 a la Facultad de Ingeniería Hidráulica de la elitista Universidad de Tsinghua, en Pekín. Allí se afilió al Partido Comunista en 1964, poco antes de que su padre muriera tras ser torturado durante la Revolución Cultural y de que él mismo fuera condenado a dos meses de reeducación por defender a los responsables de la Universidad del movimiento 'antiburgués' lanzado por los Guardias Rojos.
Alejado de las intrigas palaciegas de Pekín, Hu Jintao protagonizó en los 70 una meteórica carrera en la pobre provincia de Gansu, donde participó en faraónicos proyectos hidrológicos estatales y fomentó las relaciones políticas que le auparían hasta el Comité Central y la Liga de las Juventudes Comunistas. Desde tales plataformas, ascendió en 1985 a secretario del partido en Guizhou y en el Tíbet, donde en 1989 declaró la ley marcial para aplastar una protesta independentista que se saldó con una decena de manifestantes fallecidos.
Con 50 años, se convirtió en 1992 en el miembro más joven del Comité Permanente del Politburó gracias a la renovación generacional ordenada por Deng Xiaoping. Una década después, relevó a Jiang Zemin como secretario general del Partido Comunista y al año siguiente fue nombrado presidente del país. Su mandato se caracterizó por un fuerte crecimiento económico, pero también por un agravamiento de las desigualdades sociales, una proliferación de la corrupción y una relajación de la ideología comunista.
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