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Iratxe Bernal
Lunes, 1 de abril 2024, 19:00
Imagine la cara que le pondrían en el trabajo si dijera que quiere cobrar la nómina en efectivo o que necesita ausentarse un momento para pagar en ventanilla el último recibo de la luz. Disponer de una cuenta bancaria no es obligatorio, pero lo parece. ... Tanto, que en la UE las entidades están obligadas por ley a ofrecérsela gratuitamente a clientes en situación de vulnerabilidad para evitar que carecer de ella aumente su riesgo de exclusión social. En España, según el Banco Mundial, sólo hay 700.000 personas que no son titulares de alguna. Dicho de otra forma, el 98% de los mayores de edad estamos familiarizados con este servicio básico que cada vez admite más fórmulas híbridas alejadas de la clásica diferenciación entre las cuentas corrientes y las de ahorro.
Cartillas para niños. A la hora de abrirla, lo primero que hay que considerar es quién va a ser su titular y para qué la quiere. En una primera cartilla para niños muy pequeños, que suele estar sólo dedicada al ahorro, nos debe importar más la posibilidad de conseguir regalos o descuentos para actividades infantiles que el hecho de que tenga una operativa muy limitada. También debería importarnos la rentabilidad, pero ahora mismo, como mucho podremos encontrar un 0,5% TAE. Si queremos mejores ofertas deberemos optar por las que invierten el ahorro en fondos, lo que implica asumir un riesgo y además suele conllevar la obligación de realizar aportaciones periódicas para que el banco mantenga las condiciones de contratación. Las cuentas infantiles están libres de comisiones, pero hay que contemplar si los padres deberán pagarlas al hacer transferencias desde sus cuentas si que éstas son de otra entidad.
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Julia Fernández
Cuentas juveniles. Cuando nos parezca que el menor ya es capaz de asumir ciertas responsabilidades sobre su propio dinero será el momento de dar el salto a una cuenta juvenil, aunque es habitual que aproximadamente a los doce o catorce años sea el banco el que realice el cambio de acuerdo a sus políticas de fidelización. Permiten realizar más operaciones que las infantiles, suelen estar ligadas a rebajas en actividades de ocio y determinadas compras y ofrecen tarjetas de débito e incluso el servicio de pago a través de Bizum.
La primera tarjeta. Sin embargo, y aunque éstos medios de pago sean libres de comisiones, dependiendo de la edad quizá resulte más interesante solicitar una tarjeta de prepago vinculada a nuestra cuenta y no a la suya. En este caso hay que averiguar cuánto cuesta la recarga (a veces varía de hacerlo a través de la 'app' o del cajero) y si nos conviene (o no) alcanzar las aportaciones que podrían librarnos de las comisiones. Puede, por ejemplo, que nos las perdonen si en vez de con 15 euros cada semana la recargamos con 200 al trimestre. Si es así, cada familia tendrá que valorar la capacidad de gestión del menor.
El salto a la cuenta nómina. Según la entidad, estas cuentas juveniles se pueden tener hasta los 25 o incluso los 30 años. Pero a esas edades si ya se tienen ingresos regulares quizá nos interese más contratar una cuenta nómina, que en la actualidad ya permiten realizar las operaciones más comunes, como el abono de recibos o realizar transferencias, e incluso tener dos titulares cada uno con su tarjeta ya sea de débito o de crédito. En éstas, la entidad exige la domiciliación de unos ingresos mensuales mínimos (suelen rondar los 600 y 800 euros y, pese a la denominación de la cuenta, pueden no proceder de una nómina) a cambio de menos comisiones y alguna rentabilidad, hoy entre el 2% y el 3% TAE. Conviene, por tanto, saber qué comisiones son exactamente las que se eliminan y cómo variarán si no podemos mantener el nivel de ingresos pactado.
Además, siempre que hablamos tanto de comisiones como de remuneraciones hay que tener en cuenta que, salvo casos muy contados (como en los costes de los préstamos), las entidades son libres de ponerlas, quitarlas, modificarlas e incluso negociarlas particularmente con cada cliente cuando quieran. Lo único que se les exige es que avisen con dos meses de antelación a los titulares de las cuentas para que puedan cambiar de banco si no están conformes.
Para ahorrar o invertir. Si además queremos crear un colchón de emergencia o incluso alcanzar objetivos más ambiciosos, como comprar un coche o reunir la entrada para un piso, quizá nos convenga contar con una segunda cuenta que podría ser remunerada o la clásica de ahorro y a la que no nos cueste nada realizar transferencias. Las primeras permiten más operaciones que las segundas (funcionan como cualquier cuenta corriente), pero en ellas los intereses que se ofrecen sobre los saldos medios suelen caer tras un período inicial y normalmente están limitados a un saldo máximo. Por ejemplo, hoy las podemos encontrar con el 5% TAE durante el primer año y del 2% a partir de ahí con un saldo remunerado máximo de 10.000 euros. Alcanzada esa cifra, todo el dinero 'de más' no nos ofrecerá ninguna rentabilidad. Si va a ser nuestra única cuenta también podemos estudiar las que como remuneración no ofrecen un interés determinado sino la devolución de un porcentaje de algunos de los recibos domiciliados.
A estas consideraciones elementales, hay que sumar otras que dependen además del tamaño y la política de las entidades. Las hay que ya no ofrecen libretas en ninguna de sus cuentas, por lo que los movimientos sólo se pueden consultar online; otras no cuentan con oficinas o cajeros por donde más nos movemos; otras favorecen la inversión en proyectos sociales de nuestro entorno... Buscar la oferta en la que mejor encajemos es una tarea aburrida pero a la que hay que dedicar su tiempo.
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