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La primera vez, Consuelo se asustó mucho. A Miguel le dio un «fuerte ataque de tos, le salía la comida por la nariz y comenzó a ponerse muy mal». Se había atragantado, porque padecía algo muy común en la población envejecida y más frecuente aún entre quienes, como él, sufren enfermedades neurológicas. Hubo suerte, sobrevivió. Pero el susto no se quedó en un hecho aislado. Luego ocurrió en más ocasiones, las suficientes como para aprender que la disfagia resulta muy habitual entre quienes, como su esposo, logran sobrevivir a un ictus. Tanto que la Organización Mundial de la Salud ha decidido dedicar la jornada de hoy, la del 12 de diciembre, a conmemorar el Día Mundial de la Disfagia.
Miguel, el protagonista de esta historia, tiene 77 años y 74 su esposa Consuelo, que cuida de él en una localidad de la ribera navarra. Un derrame cerebral cambió para siempre la vida de la pareja hace seis años. Desde entonces, él se hace entender con mucha dificultad, camina más bien poco y apenas sale de casa, salvo para acudir al Centro de Día donde le atienden. «Hemos aprendido a manejarlo, porque ya nos han dicho que esto de la disfagia es algo peligrosísimo, que puede poner en peligro la vida de mi marido», cuentan la mujer, la esposa y la enfermera.
Las dificultades para tragar los alimentos con normalidad pueden surgir a cualquier edad, especialmente cuando se afrontan enfermedades como el párkinson, alzhéimer o esclerosis múltiple, pero a partir de los 65 años los casos se multiplican. El envejecimiento favorece la pérdida de masa muscular y, como consecuencias, las posibilidades de atragantamiento aumentan.
Algunas estadísticas apuntan a que, al menos 2,5 millones de españoles sufren este trastorno de la deglución, aunque el 90% de ellos no están diagnosticados. No reciben tratamiento ni se benefician de las terapias que permitirían mejorar su calidad de vida, según explica en un informe la Sociedad Española de Otorrinolaringología y Cirugía de cabeza y cuello. «Traumatismos, cirugías de cabeza y cuello y enfermedades neurodegenerativas contribuyen a una aparición temprana de esta complicación que, la mayoría de las veces, se relaciona con la edad. Cuantos más años cumplimos, mayor riesgo de sufrirla», explica el presidente del Colegio de Logopedas del País Vasco, Unai Pequeño.
Con frecuencia, una pérdida repentina de peso, que puede estar relacionada con diversos procesos patológicos, puede encender la alarma de la disfagia. Los logopedas son los profesionales que se ocupan de abordar el problema mediante ejercicios y terapias para enseñar a los pacientes a tragar, beber y respirar de manera segura. El entrenamiento, según detalla Unai Pequeño, permite a los afectados recuperar funciones perdidas, tanto del habla como de la deglución.
Miguel, que ha sufrido varios ictus, lo sabe bien. Aún se comunica como puede con su familia, y tiene que repetir varias veces las cosas para hacerse entender, pero según cuenta Consuelo, el entrenamiento le ha permitido recuperar la deglución. Aprendiendo a respirar, a masticar y a comer de una manera pausada le ha servido para dejar de ingerir todo bebido o en papillas.
«Ahora come de todo», cuenta su esposa. «Se lo tenemos que dar aplastadito, bien machado, y todavía estamos haciendo lo que los especialistas llaman una dieta blanda; pero ya come garbanzos, alubias, lentejas, croquetas, pescado, pimientos rellenos, que le encantan... de todo. Comparado con lo que era al principio, esto es una maravilla», se congratula la mujer. «Ya no se atraganta con nada», rubrica.
Según los datos difundidos por la Sociedad Española de Otorrinolaringología hasta el 30% de la población mayor de 65 años tiene problemas de disfagia. El bolo alimenticio se cuela por el aparato respiratorio y puede obstruirlo y llegar a provocar la muerte por asfixia. En otras ocasiones, se deposita en los pulmones y acaba degenerando en una neumonía de mal pronóstico
Las prótesis dentales y las dificultades para la masticación, mayores según se avanza en edad, favorecen los atragantamientos por disfagia. «Si a la edad y sus complicaciones sumas que estamos a las puertas de la Navidad y es época de polvorones y turrones, la probabilidad de que se te monte un jaleo en la boca aumenta de manera considerable», argumenta Unai Pequeño.
Además de los diagnósticos, los servicios de otorrinolaringología exploran a los pacientes con cámaras para determinar el estado de su sistema de deglución y prueban con los pacientes con diferentes alimentos y texturas para ver con cuáles tienen más problemas. Los logopedas, después, se ocupan de desarrollar terapias individualizadas para mejorar el proceso. «Hay muy pocas unidades especializadas en disfagia en España, que son absolutamente necesarias para cribar, diagnosticar y dar a los pacientes una mayor calidad de vida», defiende Pequeño. La diferencia entre recibir terapia o no es tanta como quedarse condenado a alimentarse de papillas el resto de la vida.
A Miguel le toca batirse contra la disfagia y contra los ictus que la provocaron. Cada día se supera. Ni en el centro de día ni en casa hay aún quien que le gane al dominó... y al bingo tiene muchísima suerte. «No es para echar cohetes, pero va al baño solo, se afeita... No es lo de antes», explica Consuelo. Poco a poco, mejora.
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