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Cuántas veces te ha pasado que ves bostezar a alguien y no puedes reprimir hacer lo mismo. O estás en una reunión importante y ¡zas! se te abre la boca sin querer. Y lo más inquietante es que muchas veces ni siquiera te encuentras especialmente cansado o aburrido. Sin embargo, no puedes evitar ese gesto tan de mal gusto cuando se hace en público, que además nos suele acechar en el momento menos indicado. «El bostezo es un movimiento estereotipado que consiste en una inspiración profunda con la boca abierta, una fase de clímax en la que se produce un estiramiento máximo de los músculos del cuello y la faringe y una exhalación corta», aclara Noelia Valle, profesora de Fisiología de la Universidad Francisco de Vitoria, antes de explicar por qué reacciona así nuestro cuerpo.
El acto de bostezar, que realizamos desde que somos fetos, no es exclusivo de los humanos. Lo hacen los mamíferos, pero también los anfibios, las aves, los reptiles y hasta los peces. Y el momento en el que más se nos abre la boca es «el intervalo entre el sueño y la vigilia, con hambre y en situaciones de estrés como le ocurre a algunos atletas justo antes de una competición deportiva», añade la experta.
Entonces, ¿por qué bostezamos? «Empecemos por desmontar un mito –adelanta Noelia Valle–. No lo hacemos para llevar más oxígeno al cerebro. Esta teoría fue refutada hace más de 30 años al demostrarse que respirar niveles elevados de oxígeno o dióxido de carbono o realizar ejercicio físico no influía en el bostezo. Además, la hipótesis de la oxigenación no explicaría por qué lo hace el feto. Es cierto que el estiramiento máximo de los músculos del cuello y la faringe que ocurre durante el bostezo ayudaría a tonificar dichos músculos. Eso parece hacerlos más eficientes a la hora de abrir las vías aéreas, aportando una mayor cantidad de oxígeno. Sin embargo, este aumento sería un resultado a largo plazo, no un efecto inmediato».
Descartada la teoría de la oxigenación del cerebro como hipótesis principal de por qué bostezamos, los científicos han llegado a la conclusión de que hacemos esa inspiración profunda para mantener nuestra cabeza fría. «Al igual que los ordenadores, el cerebro humano es muy sensible a las temperaturas y debe permanecer fresco para operar eficientemente», explicaron en su día los autores de un ambicioso estudio sobre las causas de los bostezos, liderado por las universidades estadounidenses de Maryland y Princeton.
Después de observar un total de 1.291 bostezos de 101 especies de mamíferos y aves diferentes también se observó que a mayor tamaño del cerebro y número de neuronas, la cantidad de inspiraciones profundas aumentaba. «En otras palabras, los cerebros más grandes necesitan bostezar más porque, al generar más calor, precisan una mayor refrigeración», coinciden los expertos.
¿En qué momento del día se nos abre más la boca? «Los humanos bostezamos más por la noche –momento en el que la temperatura cerebral está en su punto máximo–, y al despertar, instante en el que termómetro de nuestra cabeza comienza a aumentar desde su punto más bajo. Bostezar contribuye a reducir la temperatura cerebral, lo que nos ayuda a mantener la concentración y la atención para poder así contrarrestar el sueño», argumenta Noelia Valle.
Sin embargo, y pese a lo que pudiéramos pensar, abrimos más la boca en invierno que en verano. Un experimento realizado en Tucson (Arizona) demostró que el número de bostezos contagiosos disminuía con el calor. Cuando la temperatura aumentaba, los participantes en el estudio bostezaban más para enfriar el cerebro, pero solo pasaba al principio de la prueba, puesto que, transcurridos unos minutos, ocurría justo al revés. Inspiraban menos para evitar precisamente el efecto contario. «En conclusión, todo esto nos hace predecir que el aburrimiento calienta nuestro cerebro», advierte la experta.
Los bostezos contagiosos se producen cuando vemos a otra persona hacerlo o incluso leemos sobre ello –puede que te esté ocurriendo ahora mismo– y no podemos evitar abrir la boca. «Se trata de una forma común de ecofenómeno (imitación automática de otra persona) y se cree que está relacionado con las neuronas espejo y la hiperexcitabilidad de las áreas motoras del cerebro. Bostezamos más si quien nos contagia es un familiar y le ocurre, en mayor medida, a las embarazadas. Sin embargo, la comunidad científica no se pone de acuerdo sobre si es un fenómeno relacionado con la empatía. En cualquier caso, el 90% de las veces lo hacemos de forma espontánea», precisa la docente de Fisiología, Noelia Valle.
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