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LUNA PAN
Así toma las decisiones nuestro cerebro... y así podemos ayudarle a acertar

Así toma las decisiones nuestro cerebro... y así podemos ayudarle a acertar

La neurociencia explica los tres pilares que entran en juego

Domingo, 6 de octubre 2024, 00:25

Cuando hablamos de decisiones, tendemos a pensar en elecciones vitales con mayúsculas, en cambios de rumbo de dimensiones cósmicas, en grandes cosas que nos van a marcar el camino. Y lo cierto es que en nuestra vida nos veremos ante algunos dilemas de este tipo, sí, pero, afortunadamente, no serán muchos (a no ser que nuestra existencia sea muy trepidante y novelesca). Casi todas las decisiones que tomamos son pequeñitas. Y nuestro cerebro lo agradece, porque decantarse por una u otra opción –sobre todo en temas de calado– es un proceso que reclama toda su energía y en el que están implicadas distintas estructuras.

El cerebro está preparado para tomar cada día multitud de decisiones –qué ser humano podría moverse por el mundo sin hacerlo–, lo que ocurre es que casi todas son inconscientes, automáticas, y no nos requieren esfuerzo alguno (nuestra cabeza hace esto por nosotros sin 'molestarnos'). De hecho, se estima que, de media, las personas tomamos unas 35.000 al día... y solo el 1% se realiza de forma consciente. «Este tipo de decisiones son automáticas, corresponden a pautas de conducta automatizadas. Por ejemplo, cuando conducimos tomamos un montón de decisiones, pero no nos damos cuenta. Este tipo de decisiones que se gestan en los núcleos basales del cerebro no suponen mucho desgaste, ya que no consumen recursos conscientes», explica Diego Redolar, profesor de neurociencia de la Universitat Oberta de Catalunya y autor de 'La mujer ciega que podía ver con la lengua' (editorial Grijalbo). Si estas pequeñas y continuas decisiones diarias nos supusiesen un 'gasto', nuestra existencia sería un infierno y, posiblemente, se volvería imposible.

Las que sí nos ponen a prueba son las decisiones que tomamos deliberadamente. Y, cuanto más calado tengan, es decir, cuanto más peso a largo plazo van a suponer en nuestra vida o en la de las personas que nos importan, más energía y más recursos cerebrales absorben. Evidentemente, no es lo mismo decidir qué vas a comer hoy o qué sofá compras que estar pensando si cambias o no de trabajo, si abandonas a tu pareja o si te operas a vida o muerte.

Y después de decidir...

Pasa a la acción

No se puede estar toda la vida dándole vueltas a algo. Una vez que nos hemos decidido, hay que fijar una fecha, ponerlo en práctica y, a poder ser, notificarlo a los demás.Esto actúa como garantía de que verdaderamente nos activaremos. Así se genera un mayor compromiso (si nos lo callamos, es peor).

Revisa tu decisión

No somos infalibles, así que al cabo de un tiempo debemos analizar si hemos hecho lo correcto. ¿Nos hemos arrepentido? ¿Hay que retocar algunas cosas? Si tenemos margen para corregir algunos aspectos, mejor no esperar a que pase mucho tiempo. Y algo a tener en cuenta: cuando elegimos un camino, abandonamos otros...

Según explica Redolar, siempre que tomamos una decisión consciente se activa el mismo mecanismo. Y la maquinaria del cerebro funciona así: «Desde el punto de vista de la neurociencia, intervienen tres aspectos: el razonamiento (el cerebro sopesa las diferentes opciones para discernir qué nos conviene, una tarea que se realiza en la corteza prefrontal, sobre todo en la dorsolateral), la parte emocional (reside en zonas como la amígdala e interfiere en el razonamiento lógico) y el refuerzo (que es el placer, lo que queremos conseguir para nuestra satisfacción, necesidad que se puede 'ubicar' en una zona del cerebro llamada el núcleo accumbens). ¿Y cuál de estos tres pilares 'gana' en la toma de una decisión? Según Redolar, no es exactamente una batalla: todas ellas interaccionan, aunque, según las circunstancias y la personalidad de cada cual, pueda acabar imponiéndose la lógica pura y dura, los sentimiento o, simplemente, la búsqueda del placer (sexo, comida, comprar cosas que nos gusta tener). «Para elegir lo correcto en decisiones más o menos importantes, a largo plazo, los tres factores están implicados, aunque el razonamiento es el que se suele imponer», indica el experto.

Las emociones son clave

Así que, para elegir lo correcto, ¿hay que ignorar un poco las emociones? No. Error mayúsculo de la sabiduría popular. «¡Cuando las emociones quedan fuera, hay problemas! Hay personas que han sufrido alguna lesión en la zona cerebral donde reside esa parte emocional y, al tomar decisiones, no lo han hecho de forma adecuada. Han sido elecciones utilitarias, pero muy fallidas», advierte el neurocientífico. ¿De qué tipo? Pues gente a la que en un momento dado le daba lo mismo matar a un niño para salvar a cinco. Que será muy racional, pero... peligroso. «Un altruista hubiese dicho que prefiere morir él antes de matar a alguien», desliza Redolar.

Con esto, el investigador quiere decir que «la guía emocional es muy importante» en la toma de decisiones. Pero tiene tan mala prensa... «Es verdad, a veces influye en nuestras decisiones para mal, pero otras muchas veces es para bien. Sobre todo en decisiones a corto plazo, el papel emocional es quizá más importante. Lo ideal es lograr un equilibrio», aconseja. De hecho, la importancia de las emociones a la hora de decidir (aunque siempre se haya despreciado a la gente que actúa en caliente o que 'piensa con el corazón') está ganando valor entre la comunidad científica. ¿Y qué les pasa a los indecisos? Esas personas que son incapaces de tomar una determinación, por pequeña que sea (ya no digamos las grandes). «Pues que o bien su sistema de razonamiento no funciona correctamente o bien la parte emocional influye demasiado y les bloquea –apunta–. Tienen un desequilibrio entre los tres pilares».

Llegados a este punto y dado que se ha logrado 'mapear' el cerebro y saber dónde y cómo se elaboran las decisiones, cabría pensar que, con tanto conocimiento, se habrán descubierto mecanismos para evitar meter la pata con nuestras elecciones.Es decir, para elegir lo correcto. Pues bien, no es tan fácil, porque el concepto de lo correcto no es muy científico y resulta discutible... Pero sí que hay, desde el punto de vista de la neurociencia, dos consejos –o advertencias– para ayudar al cerebro en la toma de decisiones correctas.

La primera condición para que nuestras estructuras cerebrales estén en situación de interactuar correctamente y decidir lo más acertadamente posible es tener las emociones reguladas. Es decir, si debemos realizar una elección importante, no podemos hacerlo si estamos alterados. A menudo, los psicólogos usan el lema 'emociones altas, inteligencia baja' para avisar a sus pacientes de que desde la alteración no hay que tomar nunca medidas drásticas sobre nada. Porque en esos casos las emociones, en lugar de ayudar a nuestro razonamiento, nos van a hacer la puñeta. Por eso, muchas personas impulsivas se arrepienten de cosas que han hecho cuando sus sentimientos no estaban en su sitio. «Si llevamos varios días con estrés, no debemos plantearnos tomar ninguna decisión seria», recalca Redolar. Y no es un consejo de amigo, sino una evidencia de científico que sabe cómo está el cerebro en esos momentos y cómo reacciona.

Y el segundo factor para tomar una decisión correcta es hacerlo cuando no estemos a falta de sueño. Investigaciones neurológicas han determinado que, si hemos dormido mal –una noche o una temporada–, la corteza prefrontal dorsolateral  (donde 'vive' nuestra parte racional) «funciona por debajo de lo normal..., ¡dormir lo es todo».

Fatiga de decisión: cuando ya no sabemos ni qué hacer

Los profanos en la materia tendemos a pensar que en el cerebro pasan muchas cosas misteriosas, que no se ven... y no, los avances de la ciencia han permitido 'observar' casi todo y conocer los mecanismos. Por eso se sabe que, cuando nos hemos visto obligados a tomar muchas decisiones –por ejemplo, en el ámbito laboral–, se nos 'gastan' los recursos cerebrales dedicados a ello y terminamos siendo lentos o incluso incapaces de tomar determinaciones, que, para colmo, son de peor calidad. A este fenómeno se le llama 'fatiga de decisiones'. Suele ocurrir al final del día o después de un tiempo en el que nos hemos visto forzados a hacer elecciones muy seguidas y muy rápido.

Seis pasos para acertar

1. Simplifica. Valora todas las opciones, pero ve desbrozando y quédate con un par de ellas.El resto solo van a crear un ruido innecesario en tu cabeza.

2. Hechos e información. Para que nuestra parte lógica nos ayude, recopila todos los datos objetivos.

3. Deja trabajar a tu intuición. Siempre se ha despreciado en la toma de decisiones, pero es una gran herramienta. Al final, la intuición está hecha, en buena medida, de señales e información que percibimos de modo inconsciente y de forma rápida.

4. Ojo a tu estado de ánimo. Debemos saber cómo nos encontramos antes de decidir (estresados, tristes, eufóricos) y tenerlo muy en cuenta. A veces, la mejor respuesta a un desafío importante es 'prefiero dedicarle algo más de tiempo a este asunto'. Debemos conocer nuestros límites.

5. Piensa qué es lo peor y lo mejor que te puede pasar. Es bueno realizar una proyección de las consecuencias para valorar si algo merece o no la pena.

6. Dale la vuelta. Cuando tengas dudas, intenta cambiar de perspectiva y ver el asunto desde otro punto de vista. Suele funcionar. Incluso viene bien pensar qué haría tu mejor amigo o alguien a quien admires. En ocasiones, así lo vemos todo mucho más claro.

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