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Los padres y educadores se enfrentan con frecuencia a una «batalla interior constante» en relación al uso –y abuso– de los dispositivos electrónicos por parte de sus hijos. «Muchas veces se piensa en la educación con respecto a las pantallas en términos de blanco o ... negro, cuando la realidad se parece bastante más a una escala de grises», puntualizan los responsables de Empantallados, portal de referencia especializado en educación digital. Un grupo de expertos responde a algunas de las preguntas más frecuentes que se plantean los padres sobre los dispositivos tecnológicos.
¿Cuál es la mejor edad para tener la primera pantalla?
Esta pregunta no tiene una respuesta concreta. Los expertos insisten en que la mejor edad para dar la primera pantalla a un niño «no se corresponde con un número, sino con un estado de madurez: autonomía, autocontrol, capacidad de gestión del tiempo...». En cualquier caso, se aconseja evitar el uso de dispositivos hasta, por lo menos, los 24 meses. Según las recomendaciones de la Academia Americana de Pediatría, de los 2 a los 5 años el acceso a las pantallas debe estar limitado a una hora al día como máximo y siempre supervisado por un adulto. «En esta franja de edad es importante evitar los programas de ritmo vertiginoso y tampoco se recomienda recurrir a los dispositivos electrónicos como único método para calmar al niño», aconsejan en el portal digital. A partir de los 6 años es importante «asegurarse de que su uso no reemplaza el tiempo que necesitan dedicar a otras actividades como hacer deporte o dormir».
De los 6 en adelante se abre una etapa en la vida del niño en la que las recomendaciones son menos precisas porque «cada chaval es un mundo y resulta muy complicado unificar un criterio», reconocen los responsables de Empantallados, que acaban de publicar un libro sobre cómo educar a los niños en un mundo lleno de pantallas.
Control parental, ¿sí o no?
«Sí, siempre», responden los expertos sin titubear, aunque insisten en que el primer filtro pasa por «moderar» el tiempo que pasan delante de las pantallas. «Cuando hablamos de control parental nos referimos a cualquier medida que modifique la experiencia del niño con el dispositivo como, por ejemplo, la instalación de una 'barrera' que impida la entrada directa a algunas webs, la búsqueda de determinados términos o incluso establezca un tiempo máximo de uso. Este tipo de controles son bastante útiles y sirven como primera medida de seguridad, sobre todo cuando son pequeños. Ahora bien, también tienen sus lagunas», alerta María José Abad, coordinadora de Empantallados.
La principal es que, a medida que los niños cumplen años, es probable que aprendan a saltarse algunos filtros. «Un padre nos contó que estaba feliz porque había instalado un control parental en el móvil de sus hijos adolescentes que apagaba todos los dispositivos a una determinada de hora de la noche. Lo que no sabía es que sus hijos habían cambiado el uso horario del teléfono (ponían la hora de otro país) y el control del que estaba tan orgulloso no servía para nada».
También pasa que, según los grados de protección de cada control, «se puede establecer un primer límite (impedir el acceso a contenido explícito o violento, por ejemplo), pero es verdad que hay un gran número de contenidos que puede que tampoco sean convenientes para el niño y que no son bloqueados por el filtro».
El tema de los controles se complica a medida que crecen porque pueden entenderlos como un espionaje directo de sus padres. Los expertos en educación digital aconsejan ser «muy sinceros» con los adolescentes. «Si se instala alguna aplicación que rastrea las páginas en las que entra, lo mejor es decírselo claramente».
¿Cómo saber si es adicto?
Según Laura Cuesta, profesora de Cibercomunicación y Nuevos Medios de la Universidad Camilo José Cela, sabremos si nuestro hijo tiene un problema con las pantallas «si se encierra en su habitación más de lo habitual, baja su rendimiento y calificaciones en el colegio de manera repentina, notamos cambios físicos como bajada de peso, cansancio o somnolencia, cambia de amigos repentinamente o se aísla y no quiere salir de casa, se muestra agresivo de manera constante, contesta mal o notas cualquier otro cambio pronunciado en su carácter (tristeza, ansiedad...), se irrita o incluso se vuelve violento cada vez que intentamos que desconecte el ordenador o deje de utilizar el móvil».
¿Y si le pillo viendo porno?
Las últimas investigaciones ya sitúan los primeros contactos con la pornografía entre los 9 y los 11 años para sorpresa de la mayoría de padres. «En el caso de los niños más pequeños no suele tratarse de búsquedas deliberadas como sucede más adelante, en la adolescencia. De hecho, la mayor parte de los estudios hablan de exposición a material sexualmente explícito (generalmente imágenes de desnudos y genitales) más que de una búsqueda premeditada de este tipo de contenido», puntualizan en la organización Save The Children.
Al margen de cómo llegan a este contenido, una de las preguntas más repetidas por los padres es cómo deben actuar si pillan a su hijo viendo porno. Primero, «aborda la situación con calma y recopila información (qué ha visto, en qué circunstancias...) sin resultar inquisitivo. Intenta no juzgar, ni culpar. Pregúntale si entiende lo que estaba viendo o cómo le ha hecho sentir. Puedes recurrir a la comida como una buena analogía para explicarlo. Por ejemplo, hay alimentos que los niños no pueden tomar, como el café o la cerveza, hasta que son mayores... También puede ser un buen momento para contarles qué son las relaciones sexuales, precisando elementos imprescindibles como el consentimiento», aconsejan en Save The Children.
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