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Al grito del subversivo grito de «¡viva el arte criminal!», David Cronenberg (Toronto, 1943) recogió el pasado miércoles un Premio Donostia que reconoce una de las filmografías más extraordinarias del cine reciente. El director acaba de estrenar en los cines españoles 'Crímenes del futuro'.
– ... Aunque usted lo niegue, su cine tiene mucho de profético en lo relativo a problemas que sufrimos con la ciencia y la tecnología.
–Siempre he sido un loco de la ciencia. Cuando era pequeño pensaba que sería un científico, no un director de cine. Y cuando empecé a escribir pensé que quizá podría ser como Isaac Asimov, que era al mismo tiempo científico y escritor de ciencia ficción. Me fascinaban los animales, los insectos. Cuando fui a la universidad en Toronto había una asignatura de ciencia orgánica, y pensé que quizá acabara haciendo un doctorado en Ciencias en vez de en Literatura. La ciencia siempre ha sido algo muy natural para mí y me sigue fascinando.
–Su cine ha pasado a ser analizado en la universidad.
–Es un halago ser lo suficientemente interesante como para que me estudien en la universidad. Me considero un existencialista, me parece que el ser humano es lo que somos. Soy ateo, no creo en la vida después de la muerte. Y me parece natural que la primera pregunta para entender al ser humano sea sobre su cuerpo. Después te vuelves más científico y muchas veces se da por hecho el cuerpo humano, pero me parece que es algo muy complejo. Hay una teoría que sostiene que el cuerpo humano es la estructura más compleja del universo, y no me parece desencaminada, arrogante. Sirve para explicar lo único que es el ser humano. De ahí mi interés por el cuerpo. Como cineasta, lo que más fotografiamos son los rostros de los actores. Lo natural es tener este interés por el cuerpo, lo raro sería no tenerlo.
–Como en todo su cine, las imágenes de 'Crímenes del futuro' siguen provocando desagrado y fascinación. ¿Usted hace utopías o distopías? ¿La Nueva Carne es algo deseable o temible?
–Yo no pienso en una forma tan binaria como para que una cosa sea utopía o distopía. Es innegable que en 'Crímenes del futuro' muestro un panorama muy oscuro, un punto de vista bastante pesimista. Pero también encontramos a gente que trata de entender el mundo, de ver una cierta claridad. Intenta darle un sentido a las cosas a través del arte. Esta película es una especie de versión comprimida de cómo veo la vida. Hay belleza y un cierto tipo de amor extraño. Todavía podemos emocionarnos con la tecnología.
–El guion de 'Crímenes del futuro' se escribió hace más de veinte años. ¿Por qué rodarla ahora?
–Mi productor me convenció. Me dijo que no había rodado durante ocho años, y yo le contesté que igual no quería hacer más películas por varios motivos en mi vida. Igual escribía otra novela, ya había escrito una titulada 'Consumidos' (ed. Anagrama). Mi productor me dijo que se había leído el guion escrito hace veinte años. Y yo no lo veía relevante, porque ha cambiado muchísimo la sociedad y la tecnología. Y él lo vio más relevante que nunca. Al leerlo pensé que quizá tenía razón. Hemos destruido todavía más el medio ambiente.
–El cine siempre está influido por la tecnología y ahora se ha visto afectada la forma de verlo.
–Me gusta la forma en que la tecnología ha variado la forma de ver las películas, porque yo hace muchos, muchos años que no voy al cine. Prefiero tener la experiencia del cine en casa. Es divertido, la tecnología tiene su propia evolución y creo que la combinación del covid y Netflix han cambiado el cine para siempre. De verdad pienso que ya no hay vuelta atrás. Habrá salas, no muchas, que exhiban grandes películas de acción, de superhéroes, para niños o gente que le guste este tipo de cine. Y luego habrá pequeños cines con películas artísticas, pero tendrán grandes problemas para competir con el streaming. Mis hijos y mis nietos hablan de las series que han visto en Netflix, Amazon o Apple. No hablan de películas. La idea de una experiencia colectiva como en una iglesia, con cientos de personas viendo una película, es una experiencia interesante, pero no creo que sea la gran experiencia de cine. Mucha gente ha idealizado ese pasado, porque vas al cine y hay gente comiendo palomitas o viendo el móvil. El streaming es el futuro, sigue siendo cine. Y no creo que sea la muerte del cine, sino de la vieja forma de verlo.
–Ya que habla de covid, ¿qué conclusiones saca de estos años con un virus que podía haber salido de una de sus películas?
–No es la primera pandemia que vivo. Cuando era pequeño, todos los niños eran susceptibles de contraer la polio. Era un miedo real, tuve amigos que la contrajeron. Después vino la vacuna, fue un proceso similar al covid. La gran diferencia ahora han sido las redes sociales, una respuesta universal. También hemos visto el efecto de los antivacunas, que nos remite al pasado. Era obvio que vacunar era bueno, pero había gente que tenía miedo a hacerlo. Todo me resulta familiar. Y fue interesante cuando no había tráfico, ni viandantes y todos los restaurantes estaban cerrados. Era como una invasión aliénigena, una sensación muy curiosa. Un experimento social muy interesante que no disfruté, porque pasé mucho tiempo solo como tanta gente. Me gustaría contar que me puesto cuatro vacunas, dos de recuerdo, y a la vuelta a Toronto me voy a poner la quinta. La tecnología de MRNA es impresionante, va a tener un gran efecto en el tratamiento de enfermedades futuras. A pesar del capitalismo y de la competencia por el dinero entre Pfizer y Moderna, hemos logrado trabajar juntos.
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