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Joaquín Mazón conoce la la clave del cine popular que conquista la taquilla. Tras curtirse en series como 'Doctor Mateo' y 'Allí abajo', el director madrileño ha encadenado éxitos del calibre de 'Cuerpo de élite', 'La vida padre', 'De perdidos a Río', 'La Navidad en sus manos' y 'La familia Benetón'. Todas ellas comedias sobre familias que superarán una prueba para lograr mantenerse unidas. Humor blanco con apuntes sociológicos y protagonismo de actores de probada eficacia, que no arriesgan en papeles pensados para su lucimiento.
'El casoplón' no es una excepción. Rodada en parte en Bizkaia para beneficiarse de los incentivos fiscales, aunque la acción transcurra en Madrid, su principal gancho queda bien a la vista en el póster: Pablo Chiapella, el Amador de 'Aquí no hay quien viva', uno de los actores qué más simpatías despierta en este país, y Raquel Guerrero, la actriz que se come 'Machos alfa' con una vis cómica que aventura registros dramáticos todavía sin explorar.
Chiapella encarna a un jardinero vagote y chapuzas, que procura trabajar lo menos posible y que cuando llega a casa se tira en el sofá con la barra de fuet a ver la tele. De sus tres hijos se ocupa su mujer, que por si tuviera poca labor es una vendedora de productos de belleza a domicilio. Su penoso oficio no le impide verse en sueños como una sofisticada directorea de márketing de una gran compañía. Y es que, aunque sea una chica Avon de extrarradio, ella es una vendedora nata.
Verano. Cuando el aire acondicionado de su pisito de Mósteles con paredes de gotelé se escacharra, la mujer y los críos se plantan en la mansión de diseño en La Moraleja en la que el marido trabaja arreglando el jardín. Van para una noche, pero como los dueños están fuera acaban haciéndose fuertes en ella. La mujer vestirá las ropas y las joyas que encuentra en el vestidor, viviendo el sueño de ser rica como las influencers de las redes sociales. «Tú con esas pintas, que pareces la Pombo», le recrimina su consorte.
'El casoplón' trata de combinar los conflictos de clase de una pareja fuera de lugar con el humor físico de unos críos traviesos, que adquieren gran protagonismo en la trama. Quiere que esta Semana Santa acudan a las salas adultos y niños. El deslumbramiento inicial, el tránsito del barrio a la urbanización en un campo de golf, tiene gracia. Pero después falta chicha dramática en las peripecias de Toñi y Carlos confraternizando con sus vecinos pijos.
Chiapella y Guerrero sostienen sobre sus hombros el enredo, que sin rubor se convierte en un vehículo promocional de la cantante Edurne, canción con clip incluida. Los espectadores habituales de 'Aquí no hay quien viva' y 'Machos alfa' disfrutarán, al resto le parecerá muy poquita cosa esta fábula con inquietante moraleja: no hay nada como permanecer sin ambiciones en el barrio para mantener a la familia unida.
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