Aparentemente, en Estados Unidos saquear negocios ahora es 'cool'. Innumerables vídeos documentan cómo grandes grupos de personas se dan cita para irrumpir a plena luz del día en tiendas y centros comerciales y llevarse todo lo que encuentran a su paso frente a la impotencia ... de empleados y guardias de seguridad. 'Smash and grab' lo llaman: rompe y llévatelo. El asunto ha trascendido la anécdota para convertirse en un creciente problema social que el sector comercial estadounidense ha cifrado estos días en 112.000 millones de dólares. Cadenas como Target han decidido bajar la persiana de algunos establecimientos porque consideran que los robos hacen insostenible el negocio. Incluso el alcalde de Nueva York ha propuesto un plan para acabar con el pillaje.
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Lógicamente, la situación ha abierto un agitado debate que ya hunde sus raíces en el terreno ideológico. Teniendo en cuenta que la mayoría de quienes protagonizan los saqueos son de raza negra, algunos señalan con dedo acusador al aumento de la desigualdad y de la brecha racial; pero viendo que los negocios asaltados son a menudo tiendas de Apple o de marcas de moda de lujo, otros afirman que la coyuntura es consecuencia de una paulatina degradación de los valores cívicos y de la decadencia de Occidente en general, con una juventud que tiene expectativas desmesuradas y capacidad de sacrificio menguante.
Por eso, hoy ponemos el foco internacional en esta situación que amenaza con extenderse a otros países, también en Europa. No en vano, en Reino Unido los robos en tiendas se han duplicado en los últimos tres años y el diario The Guardian habla también de epidemia.
Los saqueos, una «crisis nacional» 'made in USA'.
El presupuesto de Estados Unidos amenaza a Ucrania.
Acaba de anochecer en Filadelfia y un grupo de jóvenes, sobre todo de raza negra, se dan cita en las inmediaciones de un establecimiento oficial de Apple e irrumpen en tromba para arrasar con todos los dispositivos de la tecnológica en pocos minutos, ante la atónita mirada de clientes, empleados e impotentes guardas de seguridad. Algo similar sucede en farmacias de Nueva York, centros comerciales de lujo en Portland y Chicago, y grandes superficies por todo el país.
La mayoría de los ladrones se salen con la suya, pero algunos casos acaban en tragedia. El de Ta'Kiya Young, en Ohio, es uno de ellos: la Policía intentó darle el alto el 24 de agosto cuando esta joven embarazada trataba de irse en su coche, después de que las cámaras de seguridad la hubiesen delatado robando licor, y uno de los agentes la mató de un disparo porque no atendió a sus órdenes. En abril, el guarda de una tienda de San Francisco acabó a balazos con otro ladrón, Banko Brown.Eso es, en opinión de Trump, lo que hay que hacer con los saqueadores. Lo dijo el pasado viernes en uno de sus mitines. «Es muy sencillo acabar con estos pillajes: si robas una tienda, puedes esperar que te disparen en cuanto salgas. ¡Disparad!», exclamó el republicano. Es la solución simple que los dirigentes populistas suelen ofrecer a problemas complejos. En opinión del expresidente, si no se acaba con el problema a balazos, «el país morirá». El sector lo llama «crisis nacional» y publicaciones como el New York Post lo elevan a categoría de «epidemia».
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La brecha que separa a las diferentes clases sociales en Estados Unidos lleva muchos años creciendo. Concretamente, un 20% entre 1980 y el 2016. Es una tendencia que se ha agudizado con la pandemia: en 2021 la desigualdad entre quienes más y menos tienen creció un 4,9%. Además, en este escenario, la negra es la minoría más desfavorecida de todas, seguida de cerca por la hispana. Mientras los ciudadanos blancos cuentan con una riqueza neta mediana de 189.100 dólares, los negros se quedan en 24.100 dólares y los latinos en 36.050. De ahí surgen, por ejemplo, iniciativas como las que priman a los estudiantes negros en las universidades, una discriminación positiva que ha tumbado este año el Tribunal Supremo. De esta manera, no es que el ascensor social no funcione, es que a muchos los lleva al sótano.
«Es más fácil llamar monstruos a quienes roban leche para bebé o medicinas y exigir que sean encarcelados que reconocer que nuestras prioridades políticas y económicas crean condiciones en las que solo se puede sobrevivir robando leche en polvo», afirmó la demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, adalid del movimiento woke para los conservadores. Que esa injusticia social existe y que el sistema capitalista actual la impulsa es innegable. Pero también lo es el componente criminal detrás de estos saqueos que, en general, no afectan a establecimientos en los que se venden artículos de primera necesidad. Incluso quienes roban comida en supermercados a menudo llegan en automóviles de gama media o alta, como Ta'Kiya Young. Y eso provoca un debate también sobre el declive de valores tradicionales como el esfuerzo y la capacidad de sacrificio, algo que choca con las elevadas expectativas, sobre todo de una juventud excesivamente materialista.
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No es un problema exclusivo de Estados Unidos, ni mucho menos. Hace unos días, un mando intermedio en una constructora me comentó una vez más algo que escucho cada vez más a menudo de boca de empresarios de todos los sectores en España: «Nos falta mano de obra y el problema es serio. Los chavales lo primero que preguntan es por el horario, porque ya no quieren trabajar los viernes por la tarde, y por el sueldo. Te piden 2.000 euros sin ninguna experiencia».
¿Son exigencias lógicas, similares a las que lograron primero los domingos libres y después la semana de 35 horas laborales, que chocan con la avaricia empresarial? ¿O es una decadencia provocada por excesos de un estado del bienestar que camina hacia el colapso porque la juventud no es consciente de su valía real y se ha acomodado en exceso? Es un debate tan interesante como polarizante, ya que izquierda y derecha hacen un análisis muy diferente del problema y, por ende, ofrecen soluciones enfrentadas. De momento, ninguna ha funcionado y el problema crece.
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Desde que Rusia lanzó su invasión en febrero del año pasado, Estados Unidos ha enviado a Ucrania ayuda por valor de más de 75.000 millones de dólares. En su mayoría (un 61%) en forma de armamento. Y el Congreso ha aprobado un desembolso total de 116.000 millones de dólares. Así, la superpotencia americana es, con diferencia, el país que más aporta a la defensa ucraniana. Pero esa asistencia está ahora en peligro.
En primer lugar, porque el acuerdo presupuestario alcanzado esta semana para evitar el colapso del Gobierno excluye una partida de ayuda militar a Ucrania. El presidente Joe Biden aseguró que el flujo de armamento no se detendrá, pero son más que evidentes el cansancio en una parte de la población americana -y también europea- y el declive en su apoyo a Kiev. Sobre todo entre los republicanos, y especialmente entre los seguidores de Donald Trump.
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«Lo que hemos enviado está entre 'más que suficiente' y 'demasiado'», afirmó el congresista Matt Gaetz. Su correligionaria Marjorie Taylor-Green añadió que «Ucrania no es nuestro Estado número 51». Por eso, las elecciones presidenciales del año que viene pueden ser tan relevantes para el país de las barras y estrellas como para Ucrania.Trump ya lo dejó claro en mayo: «Los demócratas van a enviar 40.000 millones más a Ucrania mientras los padres americanos ni siquiera pueden comprar leche para bebé». Y muchos subrayan que, a diferencia de lo que hicieron sus predecesores, Trump no inició ninguna guerra durante su mandato. El 'Make America Great Again' suponía centrarse en lo doméstico y restar importancia a lo internacional. Lo hizo también en el Pacífico, donde el único conflicto que inició fue con China pero arancelario.
Si Trump regresa a la Casa Blanca, algo no descartable teniendo en cuenta que en el Partido Republicano no tiene rival y que al frente del Demócrata hay un muerto viviente, la política hacia Ucrania podría dar un vuelco. Por si fuese poco, de sobra conocido es la admiración que siente por Vladímir Putin y las presuntas campañas orquestadas por Rusia para lograr su victoria en 2016. De esta manera, aunque aún no lo piensen demasiado, el futuro de los ucranianos se decidirá tanto en las trincheras del Donbás como en las urnas de Estados Unidos. Porque todos tenemos ideales fuertes hasta que nos toca pagarlos.
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