A China no le gusta que la ciudadanía elija a sus líderes. Es algo más que evidente en su propio territorio, donde, por mucho que la propaganda hable de democracia 'con características chinas', las elecciones se limitan a escoger a dirigentes comunitarios. Por eso irrita especialmente que en Taiwán los ciudadanos puedan elegir incluso al presidente. Y más si escogen, por tercera vez consecutiva, al candidato del partido que más aboga por la independencia de la isla cuya soberanía reclama Pekín.
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Lai Ching-te accedió al cargo la semana pasada, y en su discurso inaugural exigió a China que cese la «intimidación» sobre la antigua Formosa, que es independiente 'de facto': cuenta con un ejército propio -armado por Estados Unidos-, un gobierno democrático, un sistema económico capitalista, y una fortaleza tecnológica sin parangón, ya que produce el 80% de los chips más avanzados del mundo.
Pero Lai ha conseguido todo lo contrario: la respuesta del Partido Comunista ha sido poner en marcha gigantescas maniobras militares que han logrado rodear la isla, en lo que muchos analistas consideran un simulacro de invasión. Esto ha ido acompañado en China de un sustancial incremento de la retórica belicista: incluso la cadena oficial CCTV ha emitido imágenes de un ataque animado por ordenador, bombardeo incluido, contra Taiwán.
Como no son pocos quienes creen que la Tercera Guerra Mundial podría estallar aquí más que en Ucrania, hoy nos acercamos al posible enfrentamiento que la isla podría forzar entre China y Estados Unidos.
Estos son los tres temas que abordaremos.
China juega a invadir Taiwán.
La ocupación silenciosa en Bután.
A palos y pedradas con India.
* Para entender lo que sucede, primero hay que hacer un poco de historia (si no te interesa, puedes ir directamente al siguiente asterisco):
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La denominación oficial de Taiwán es República de China. Fue fundada en 1912 en lo que hoy conocemos como República Popular de China, y entonces no tenía jurisdicción sobre la isla de Taiwán porque estaba en manos de los colonizadores japoneses. Así fue hasta el final de la Segunda Guerra Mundial: en 1945, la República de China recuperó la antigua Formosa. Pero poco después perdió todo lo demás, porque los comunistas de Mao Zedong ganaron la guerra civil y proclamaron la República Popular.
El gobierno del Kuomintang 'exilió' entonces a la República de China en la isla de Taiwán. Allí encontraron refugio el Gobierno, que seguía reclamando la soberanía de toda China -y así lo reconocía el grueso de la comunidad internacional-, y 1,2 millones de chinos procedentes del continente. Mientras tanto, el régimen comunista reclamaba la reunificación con la isla, considerada una provincia rebelde. Y así se mantiene la situación hasta ahora.
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Pero muchas cosas han cambiado en este tiempo: Taiwán se ha convertido en una democracia moderna y vibrante, progresista en lo social y de vanguardia en lo tecnológico; China ha crecido hasta convertirse en la mayor dictadura del mundo, en un poder militar formidable, y en pieza clave de la globalización gracias a que es el mayor centro manufacturero del mundo y un mercado gigantesco. Precisamente, esa última coyuntura ha hecho que Taiwán haya ido perdiendo aliados en la esfera internacional.
Hasta ahora, ambos territorios han mantenido una relación tensa, con una dependencia económica elevada pero contactos sociales y políticos muy limitados. Este 'status quo' está marcado por el 'principio de una sola China' que guía las relaciones del Gran Dragón con el resto del mundo: «Solo hay una China en el mundo. Taiwán es parte inalienable de esa China, cuyo único gobierno es el de la República Popular de China». O sea, si quieres mantener relaciones con China, no puedes reconocer la independencia de Taiwán.
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Pero algunos gobiernos tienen su propia 'política de una sola China', que difiere de la de Pekín. Por ejemplo, Estados Unidos o Australia. Según ellos, «el gobierno de la RPC es el único representante de China». Aunque no llegan a reconocer la independencia de Taiwán, tampoco le otorgan al Partido Comunista la soberanía sobre la isla. Y para ello argumentan, entre otras cosas, que nunca la ha gobernado.
Parece una tontería, una forma diferente de decir lo mismo, pero no lo es. De hecho, esta fórmula ha permitido a Estados Unidos armar a Taiwán y aprobar la Ley de Relaciones de Taiwán, que exige a Washington que «mantenga su capacidad de resistir cualquier intento de alterar la seguridad y el orden socioeconómico de Taiwán por la fuerza o a través de coacciones».
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* Está todo redactado con la falta de concreción suficiente como para dejar margen a la interpretación. Joe Biden, por ejemplo, dejó claro en 2022 que «Estados Unidos está obligada» a acudir en defensa de Taiwán si es atacada por China. En total lo ha dicho cuatro veces a lo largo de su presidencia. Y Xi Jinping, que considera al nuevo presidente taiwanés, Lai Ching-te, como el peor del partido independentista, siempre que tiene ocasión reitera que la reunificación es «inevitable». La cuestión es si será por las buenas o por las malas. Desafortunadamente, los últimos acontecimientos apuntan más a la segunda opción.
En primer lugar, porque los taiwaneses no quieren ser chinos. Lo deja clara la encuesta que se hace periódicamente entre sus 24 millones de habitantes. Un 67% se siente taiwanés, frente al 3% que se identifica como 'primordialmente chino'. Entre los jóvenes, ese sentimiento nacional se dispara al 83%, y un 85% declara no tener conexión emocional alguna con China.
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En segundo lugar, porque China no se conforma con el 'status quo' y tiene como objetivo la reunificación. Algunos afirman que el Partido quiere conseguirlo antes del centenario de la proclamación de la República Popular, en 2049. Otros temen que Xi aproveche la gran inestabilidad global provocada por las guerras en Ucrania y Gaza para hacerlo mucho antes. Y señalan que los ejercicios de la semana pasada, en los que la Marina china rodeó Taiwán, son el preludio de ese ataque.
Es evidente que la retórica belicista dentro de China va en aumento. «Tenemos que destruir los puertos taiwaneses y controlar el espacio aéreo con enjambres de drones», apunta una cuenta propagandista. «Taiwán depende al 98% de la importaciones de energía y al 69% para la comida. No puede sobrevivir sin sus puertos. Militarmente, estamos preparados. Lo único que nos echar para atrás son las repercusiones económicas», sentencia.
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La creciente polarización global no ayuda. No obstante, hay multitud de factores que sirven para evitar un enfrentamiento frontal entre China y Estados Unidos. Sobre todo la interdependencia de las dos potencias, que tienen mucho más que perder que ganar. China, un país pragmático como pocos, pondría en peligro el milagro económico que ha llevado el bienestar a gran parte de su población y que legitima al Partido Comunista en el poder. Estados Unidos, por su parte, podría llevar por primera vez una guerra a su territorio, acelerando su decadencia.
No obstante, el posible retorno de Donald Trump a la presidencia podría cambiarlo todo. Aunque nunca ha afirmado que no saldría en defensa de la isla, tampoco ha sido claro en la dirección contraria. En general, la idea es que Taiwán le importa poco. Salvo porque, en su opinión, «nos ha robado la industria de los chips». Y es evidente que prefiere no liarse a pegar tiros. ¿Podrían China y Rusia aprovechar la llegada de Trump para avanzar en sendas invasiones? Habrá que verlo, pero no creo que en Pekín haya ganas de iniciar (aún) una guerra que no está seguro de ganar. «Llegará un momento en el que Occidente abandonará a Taiwán a su suerte», vaticina la propagandista del régimen chino.
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China no ha invadido ningún país desde que proclamó la República Popular. Es lo que sostienen sus dirigentes para apuntalar el discurso que distancia al país de la belicosidad de Estados Unidos. Si descartamos el caso de Tíbet y las disputas de territorio marítimo que enfrentan a Pekín con media docena de países, eso es relativamente cierto. Relativamente, porque hay países donde sí que ha ido arañando kilómetros.
Bután, por ejemplo. El pequeño reino del Himalaya, conocido por primar la felicidad de la población sobre el PIB, está embutido entre China e India, lo cual le confiere una ubicación estratégica que, siendo un país con nula fuerza, también lo hace vulnerable a los desmanes de sus vecinos. Y eso es lo que está sucediendo: en Beyul Khenpajong, una región sagrada del norte, China se ha apropiado de un territorio en el que está levantando todo tipo de infraestructura, desde militar hasta logística. Según el analista Robert Barnett, los chinos han construido cien kilómetros de carretera, una planta hidroeléctrica, cinco puestos militares, y numerosos edificios residenciales.
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Pekín se ha saltado así el acuerdo de 1998 por el que se comprometía a no hacer mover un dedo en esta zona hasta que se llegase a un acuerdo sobre las fronteras definitivas. Desafortunadamente, no hay nada que el gobierno de Bután pueda hacer para evitarlo: es el país que aparece en último puesto en el ranking de fuerza militar de Global Firepower. Para China, no es ni una mosca. Pero sí que mosquea a India, que provee protección a Bután.
Esa actitud de China ya provocó en 2017 un tenso episodio con India a raíz de su presencia en Bután. Soldados indios tuvieron que intervenir para detener la construcción de una carretera en la zona disputada. Para Nueva Delhi el tema es clave, porque está en juego la unión entre el grueso oriental de su territorio y la parte oriental, un estrecho corredor conocido como 'el cuello de gallina' -oficialmente el corredor de Siliguri- que en su tramo más estrecho apenas mide 20 kilómetros.
Ese es un relevante punto de fricción, pero los choques entre las dos potencias se han reproducido en otros lugares del Himalaya. En zonas en las que los soldados indios y chinos tienen prohibido portar armas desde 1996. Precisamente para evitar las catastróficas consecuencias que pueden tener los choques frontales entre ambos. Y lo curioso es que incluso se han matado con piedras y palos. Sucedió en 2020, cuando al menos 20 militares indios y cuatro chinos murieron en una batalla campal surrealista a lo largo de la Línea Actual de Control, que separa temporalmente a ambas potencias nucleares desde que midieron sus fuerzas en la guerra de 1962, que se saldó con la humillación de India.
Con Narendra Modi como posible vencedor (de nuevo) de las elecciones generales que están en marcha, el discurso ultranacionalista está en auge en India. Y la posibilidad de que acabe viéndose de nuevo las caras con China crece. Desafortunadamente para Modi, que también tiene al oeste la amenaza latente de Pakistán (aliada de China), Pekín siempre lleva las de ganar. De momento, y aunque sea una potencia nuclear, India no es rival. Pero en una eventual guerra entre China y Estados Unidos sí podría resultar relevante.
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