Pablo m. díez
Corresponsal. Pekín
Martes, 18 de octubre 2022, 22:51
Con su uniforme verde oliva abotonado hasta el cuello y el libro de Mao bajo el brazo, los Guardias Rojos sacudieron a China durante la Revolución Cultural (1966-76). Primero arrasando lo antiguo y luego siendo deportados al campo para construir una sociedad más igualitaria. ... Cambiemos sus chaquetas tipo Mao por trajes blancos de protección, el Libro Rojo por los códigos de salud en el móvil, los traslados al campo por los confinamientos en centros de aislamiento y la utopía socialista por la salud, y tendremos otra Revolución Cultural.
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Se llama política de Covid 0 y es la mayor movilización de masas desde entonces en China. Cada dos o tres días, cientos de millones de personas deben hacerse la pertinente prueba PCR. Solo así recibirán en sus móviles el código verde que les permita usar el transporte público y entrar en tiendas, restaurantes, edificios oficiales y hasta en las urbanizaciones donde viven. Repartidos por todo el país, ya sea en hospitales, clínicas, casetas o con una simple mesa en la acera, enfermeros con monos EPI toman las muestras entre largas colas.
Desde el estallido de la pandemia en Wuhan en enero de 2020, tan fantasmagóricos trajes se han convertido en otro más de los uniformes que abundan en este país. No solo los llevan los operarios encargados de prevenir la epidemia, sino hasta las azafatas de los escasos vuelos internacionales que permite China, que sigue teniendo sus fronteras cerradas a los turistas extranjeros y exige una cuarentena de diez días al llegar.
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A veces, esta movilización exige justo lo contrario: quedarse quieto, ya que su objetivo es cortar los contagios y necesita cuarentenas y encierros. Pero eso también requiere batallones de operarios de blanco que sellen las ciudades en caso de brote, desinfecten las calles y repartan la comida a los confinados, quienes no pueden salir de sus casas ni para pasear al perro.
Como muchas cuarentenas no son en el domicilio, sino en hoteles o en contenedores en campos de aislamiento, los sospechosos de tener covid o de ser contactos de positivos son trasladados en autobuses como el que se estrelló el mes pasado en Guizhou, en el que fallecieron 27 personas.
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Para que los brotes del coronavirus no empañen el XX Congreso del Partido Comunista, que perpetuará a Xi Jinping, Pekín está blindado y las autoridades han endurecido los controles del Covid 0. Con el fin de reducir riesgos, se impiden los viajes cancelando cientos de vuelos al día o limitando los billetes de los trenes, que circulan vacíos. Además, los particulares son advertidos de que, si se desplazan a otros lugares, cambiarán sus códigos de salud y serán encerrados entre tres días y una semana.
«Estamos volviendo atrás», se queja un ejecutivo pequinés cuyos cinco vuelos de este mes para viajes de negocios han sido cancelados. «El Gobierno dice que se preocupa por nuestra salud, pero le da igual el daño a la economía. A los funcionarios solo les importa no perder su puesto y usan la excusa del virus para recortar libertades», critica el empresario, que oculta su identidad.
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El catedrático Huang Yanzhong, investigador de Salud Global en el Consejo de Relaciones Extranjeras, no ve «un fuerte paralelismo entre la Revolución Cultural y la política de Covid 0». Pero sí reconoce que «implementar esta mano dura facilita el control social, lo que puede ser una agenda oculta del Estado». Además, alerta de que «el devastador impacto económico y social del Covid 0 puede exacerbar las tensiones entre Xi y los líderes pragmáticos y burócratas. Tensiones similares llevaron a Mao a lanzar la Revolución Cultural».
Las críticas son tan poco toleradas como entonces porque Xi Jinping abandera el Covid 0. En mayo, los economistas que se opusieron al desastroso confinamiento de Shanghái fueron censurados o destituidos, como le ocurrió a Hong Hao, analista jefe del Banco de la Comunicación con tres millones de seguidores en la red social Weibo.
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Todo ello a pesar del perjuicio económico del Covid 0 y sus gastos. La consultora Soochow Securities calcula que todas las ciudades de primer y segundo nivel, que suman 500 millones de habitantes, gastarán en un año 1,45 billones de yuanes (205.000 millones de euros) en pruebas PCR, lo que equivale al 1,5% del Producto Interior Bruto (PIB). Además, dicha cifra se acerca mucho al presupuesto total de salud, que este año asciende a 2,1 billones de yuanes (296.000 millones de euros).
Pero, en lugar de invertir en más personal sanitario, hospitales y camas UCI, las autoridades construyen gigantescos campos de aislamiento. En vez de reforzar el sistema sanitario y la vacunación para mejorar la mitigación, destinan más recursos a los controles y la prevención actuando todavía en modo de emergencia. Aunque monetariamente cueste casi lo mismo, esta opción es más barata desde un punto de vista político. Según el periódico South China Morning Post, mil funcionarios han sido destituidos por no controlar la epidemia, entre ellos los máximos responsables de Hubei por el estallido de Wuhan. En cambio, son muchos menos los castigados por los problemas económicos y sociales derivados de las restricciones.
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«En comparación con el refuerzo del sistema de salud, las pruebas masivas y los confinamientos ofrecen una solución más rápida y menos complicada a los problemas del covid en China», resume el profesor Huang. Con un lenguaje más militar que médico o científico, esta nueva Revolución Cultural se propone «derrotar al virus con una guerra popular» mientras el mundo recupera la normalidad.
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