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Frutas y verduras. Archivo
Casi la mitad de la población mundial no puede permitirse una alimentación saludable

Casi la mitad de la población mundial no puede permitirse una alimentación saludable

ODS 3 | Salud y bienestar ·

Comer bien es fundamental para una buena vida y una buena salud. Sin embargo, 3.100 millones de personas no pueden hacerlo

Raquel C. Pico

Miércoles, 30 de agosto 2023, 07:26

Es la piedra angular para una mejor calidad de vida y para una óptima salud. La dieta saludable es la recomendación que siempre se repite a la ciudadanía. Sin embargo, y por múltiples razones, comer bien no está al alcance de todo el mundo. Son ... muchas las personas que, a pesar de todo, no pueden acceder a esos alimentos más sanos y seguir, por tanto, un patrón de alimentación óptimo.

El último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo apunta que 3.100 millones de personas en todo el mundo tienen problemas para acceder a una alimentación saludable. Es, convertido a porcentajes, el 42% de la población global.

Este es, además, un problema que afecta a todo el mundo y al que no escapan los países desarrollados. Como explica Luis González Muñoz, director de Ingeniería Técnica y Acción social de Acción contra el Hambre, «el indicador más claro en los países de renta media y media alta en el que se refleja el hambre es por sobrepeso», indica. «Es una pobreza en la forma de alimentarse», apunta.

España no es ajena a la situación. La inseguridad alimentaria también se registra en los vecindarios españoles. Como explica Alimentando un futuro sostenible, un estudio de Ana Moragues-Faus y Claudia Rocío Magaña-González para la Universidad de Barcelona y la Fundación Daniel y Nina Carasso, el 5,2% de los hogares españoles sufre inseguridad alimentaria moderada o grave y un 13,3% en algún grado. La pandemia hizo que la primera cifra se duplicase.

El retrato robot de quienes se enfrentan a la brecha de la alimentación saludable es el de personas de rentas bajas, en situaciones precarias laborales —tanto en desempleo como con trabajos ultraprecarios, la figura del «pobre con trabajo»— y, especialmente, las familias monoparentales. También existe aquí una brecha de género que perjudica a las mujeres.

Pero ¿por qué una parte de la población no puede comer de forma habitual frutas, verduras, hortalizas o pescado? El problema tiene una base económica, pero es complejo y lleno de matices. «Hay un problema de acceso por el encarecimiento y también por un problema de disponibilidad», explica González Muñoz. No es solo que algo pueda ser más caro, también está el que se pueda acceder e, incluso, que se tenga tiempo para hacerlo. Si para llegar a final de mes se necesita acumular trabajos precarios a lo largo de la jornada, es posible que no se tenga tiempo —ni material ni mental— para cocinar recetas más saludables.

3.100 millones de personas

tienen problemas para acceder a una alimentación saludable

Sobre la cuestión de los costes, la crisis económica de los últimos años no ha ayudado. Según el ya citado informe de la FAO, el precio de la dieta saludable subió en un 4,3% frente al año anterior, pero en un 6,7% frente a lo que costaba antes de la pandemia. Y no solo se ha hecho más caro comer sano, sino que ha ocurrido en ese contexto en el que subieron los precios de otras cosas básicas y, para no pocas personas, aumentó la incertidumbre.

Aun así, ni este es un problema de la pandemia o la crisis generada por la guerra en Ucrania —el experto y los estudios dejan claro que ya existía antes del covid-19— ni hacer cuentas específicas es tan sencillo. Como explica González Muñoz, en España no existe una «canasta básica», una cesta de la compra que recoja qué se necesita para el día a día y que sirva de baremo. «Debería haberla y no la tenemos», apunta.

Esto dificulta recopilar datos, puesto que no se tiene la base sobre la que hacer las cuentas, pero es también un problema a la hora de tomar medidas. Como ejemplifica el experto, debería saberse cuánto dinero vas a necesitar; esto es, qué coste tiene la vida diaria de la ciudadanía. Sin embargo, no se están recogiendo esos datos y no se puede saber si las cantidades que se manejan son realmente realistas. No es tampoco un problema de España: es algo que ocurre en líneas generales en todos los países desarrollados, donde se ha dejado de recoger este tipo de información cuando se analiza la vida de su ciudadanía.

Igualmente, los costes y el margen de gasto de las personas que se enfrentan a esta brecha impactan en sus decisiones de compra a otros niveles. Llegado el momento de ir al supermercado, «no compras una merluza», explica González Muñoz, si con ese dinero puedes comprar muchos más kilos de otro producto que te solucionará más comidas durante más días. Otro elemento para tener en cuenta es el «factor premio», como señala el experto. Si no puedes permitirte ningún capricho, una pieza de bollería industrial o algún producto similar se convierte en un único elemento satisfactorio accesible, aunque no sea saludable.

Desiertos alimentarios

Y no menos importante es la cuestión de los desiertos alimentarios, una idea de la que se habla ya desde hace décadas. Los desiertos alimentarios son aquellas zonas en las que los puntos de venta —desde supermercados a una frutería— están lejos y no son fácilmente accesibles para todos sus habitantes. Son aquellos barrios, por ejemplo, en los que para ir a hacer la compra no queda más remedio que coger el coche.

«La cultura de la cocina está perdiendo valor y esto es un problema»

Luis González Muñoz

Director de Ingeniería Técnica y Acción social de Acción contra el Hambre

Aunque cuando se piensa en el problema se tiende a conectarlo con modelos urbanos como el estadounidense —con ciudades dispersas y muy dependientes del automóvil—, lo cierto es que la cuestión toca también más cerca. Los cambios en las ciudades españolas han llevado a que hacer la compra se haya vuelto, en ocasiones, más complicado. No hay más que pensar en cómo han ido desapareciendo mercados, pescaderías o fruterías de las calles. González Muñoz invita a darse un paseo por los barrios de las grandes ciudades, como Madrid y Barcelona, para comprobarlo. La compra se ha convertido en un proceso que requiere un desplazamiento en coche o autobús. «Está constatado y es una realidad», afirma.

Además, hay que sumar los cambios demográficos a gran escala. En el informe de la FAO se señala como un reto la creciente urbanización global —el rural es el foco del que sale la alimentación y en el entorno urbano se depende más de la compra de alimentos— pero también el hecho de que exista «una mayor disponibilidad de alimentos de preparación fácil o precocinados o comidas rápidas más baratos».

González Muñoz también alerta de la desvalorización de la alimentación. «La cultura de la cocina está perdiendo valor y esto es un problema», señala. Para la ciudadanía se ha perdido de vista el valor intrínseco de los productos y del propio proceso de cocinar, ese al que antes se dedicaba tiempo y un transvase de conocimientos generacional. Ha sido arrollado por la rapidez de los tiempos modernos.

Consecuencias de la brecha

Por supuesto, todo esto tiene consecuencias. «La seguridad alimentaria impacta en todos los espacios de la vida de las personas», asegura González Muñoz. Este es, al final, un problema transversal, conectado con muchos factores de la vida moderna y que golpea, a su vez, a muchas áreas. Por eso, no solo tiene consecuencias directas en quienes la padecen —desde la pérdida de salud y calidad de vida hasta el efecto en el desarrollo cognitivo de niñas y niños— sino también en el conjunto de la sociedad. Como recuerda González Muñoz, la exclusión genera polarización e incertidumbre. Los estudios han señalado, suma, que la inseguridad alimentaria acaba afectando de forma negativa al PIB de los países que la padecen.

Mejorar las cosas es posible. Todo esto se puede hacer sin caer ni en la aporofobia ni en la gordofobia, entendiendo qué está pasando. Desde Acción contra el Hambre señalan la importancia de recabar esos datos que ahora no se tienen en países como España para ver qué ocurre y tomar mejores medidas. «No hay encuestas de inseguridad alimentaria», lamenta González Muñoz. Proponen centrarse en unas líneas maestras: refuerzo de las políticas de protección, más inclusión o más nutrición y hábitos de vida saludables en el colegio.

Y el propio estudio de la FAO habla de oportunidades de cambio. Centrarse en los retos urbanos, crear políticas especiales o mejorar las infraestructuras rurales pueden ayudar a cambiar las cosas. También lo haría, señalan en las conclusiones, comprender que la dicotomía mundo rural y urbano que había ayudado a entender el mundo durante las pasadas décadas ya no sirve para comprender el presente.

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