El díficil acceso a la escolarización es una de las losas que deben sobrellevar las personas que viven en el ámbito rural. Si no hay escuelas, las familias no pueden educar a sus hijos, por lo que muchas se ven forzadas a abandonar sus pueblos. ... En nuestra provincia hay numerosos municipios que se encuentran en esta situación, donde la carencia de centros educativos provoca que las familias deben depender del transporte urbano, o del coche particular, para escolarizar a sus vástagos.
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Esta situación la ha tenido que vivir en sus propias carnes Ángela Ruiz, una joven de 26 años forzada a dejar su Famorca natal. Este municipio del Comtat es, de acuerdo a las cifras del padrón de 2021 del INE, el segundo menos habitado de la provincia, con solo 45 personas.
Semejante volumen poblacional hace que el número de servicios de Famorca se puedan contar prácticamente con los dedos de una mano, y entre ellos no se encuentra el de una escuela. De pequeña, Ángela tenía que desplazarse todos los días a Benilloba para poder asistir a la escuela. Un trayecto de unos 20 kilómetros que con las angostas carreteras de la zona se traducían en media hora.
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El panorama empeoró con el salto a la educación secundaria, cuando Ángela empezó a estudiar en un instituto de Cocentaina. «Justo cuando empecé la ESO pusieron fin a la línea de autobús que comunicaba Famorca con Cocentaina. La situación era crítica, porque, o bien obligaba a los padres a llevar a sus hijos en coche a clase, o bien a que estos abandonaran los estudios». No fue el caso de la famorquina, que consiguió finalizar sus estudios de secundaria y luego se trasladó a Valencia para seguir su formación.
En la actualidad, Ángela trabaja en Berna como higienista dental, una salida forzada ante las condiciones económicas que tuvo que afrontar en nuestro país. «Viviendo en Valencia tenía lo justo para pagar el alquiler y la comida. El coste de la vida ha subido, pero los sueldos se mantienen igual».
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Antes de instalarse en tierras suizas probó a volver a vivir en Famorca, desde donde tenía que desplazarse diariamente a Callosa d'en Sarrià para trabajar. Unos trayectos que no estaban exentos de peligrosidad, y es que las heladas de buena mañana hacían que Ángela tuviera que extremar la precaución en la carretera.
A pesar de esta aparente falta de comodidad, la joven higienista tiene la esperanza de poder volver a Famorca para vivir. «Por el momento las condiciones no son propicias, pero me encantaría hacerlo en el futuro».
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