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Rocío Mendoza y Álvaro Ybarra Zavala
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Martes, 15 de noviembre 2022, 18:14
Si hay un desafío para la humanidad es el de dar con una energía que asegure siglos de prosperidad sin dañar el planeta. Este asunto, más de actualidad que de futuro, es hoy el quebradero de cabeza nuestro de cada día. Ahora bien, no es de dominio público el saber de dónde venimos ni cómo hemos llegado a esta 'crisis energética'. Para explicarlo, pocas voces tan experimentadas como la del profesor Juan Luis López Cardenete (Granada, 1954), que proclama la necesidad de acelerar la transición energética, singularmente en electricidad y eficiencia, convencido de que el cambio climático es una amenaza real.
- La crisis energética actual no se entiende sin un cambio climático en marcha. ¿Qué dice a los negacionistas?
- Pocos científicos dudan del crecimiento de las temperaturas debido a la acción del hombre y sus emisiones de C02. La concentración, entre otros, de este gas de efecto invernadero (GEI) está en niveles desconocidos desde hace 800.000 años. Nunca en este periodo se habían superado las 300 partes por millón y desde mediados del pasado siglo no hemos dejado de incrementar este nivel superando ya las 400 partes por millón. Estamos ante un gigantesco experimento geoclimático.
- ¿Qué diferencia esta variación climática de otras anteriores?
- La fundamental es que el planeta nunca ha tenido 7,9 millardos de habitantes. En el 'cálido medieval' o en la 'pequeña edad de hielo' rondaba los 500 millones. El clima siempre ha cambiado, dicen, y es cierto, pero, aunque se tratase de un cambio natural no significa que no haya que hacer nada. Habría una multitud de acciones de adaptación que llevar a cabo. Podemos discutir si las gotas frías en el Mediterráneo son la consecuencia del cambio climático o están ligadas a otros fenómenos como la urbanización de la costa, pero lo cierto es que el régimen de lluvias ha cambiado y hay que tenerlo en cuenta a la hora de definir las políticas públicas.
- ¿Qué opina de que sea motivo de confrontación política?
- Este desafío exige una mirada desde la ilustración, no desde el romanticismo; desde la ciencia, no desde la ideología. Me preocupa que se haya metido en las controversias partidistas de manera tan simple porque es sumamente complejo.
- ¿Qué nos estamos jugando?
- Cuando entró en vigor el Tratado de Kioto, China emitía tanto CO2 como Estados Unidos. Cuando se firmó el Tratado de París en 2015, diez años después, China emitía tanto como EE UU y la Unión Europea. Hoy China emite más de lo que emiten EE UU, Europa e India juntos. Estamos ante un clásico problema de provisión de bienes públicos globales. ¿Cómo proveemos a la humanidad de seguridad, salud y prosperidad? Son problemas que no se pueden abordar de manera aislada, país a país. El covid ha sido el ejemplo de uno de estos problemas de provisión pública de un bien global como es la salud. Igual sucede con el clima. Se impone la cooperación global. Si China hoy emite el 30% de las emisiones de GEI, sin China este problema no tiene solución.
- ¿Por qué China no sigue la estela de otras potencias?
- La espectacular senda de reducción de la pobreza de las últimas décadas es fruto del intenso crecimiento de su economía. Pero el crecimiento económico, además de su contenido social, tiene un contenido energético y, por ello, medioambiental. Hay tres ángulos fundamentales sin los cuales nada se entiende. Toda política energética pivota alrededor de los conceptos de coste, seguridad y limpieza. Salvo en las etapas de disrupción tecnológica, la priorización de uno de estos objetivos implica el sacrificio de los otros. China priorizó el uso masivo del carbón para mejorar su competitividad y afianzar su seguridad. Aun así necesita hacer uso de todos los recursos y tecnologías a su alcance, entre otras razones para promocionar sus bases tecno-industriales.
- ¿Llegaremos a tiempo de cambiar lo que se necesita?
- Creo que la ausencia de una visión integral de lo que significa esta colosal transformación hace que ahora la transición energética corra peligro. Hemos hablado tanto de fines y tan poco de medios para alcanzarlos que ahora nos sentimos en peligro. Por ejemplo, nunca quisimos preguntarnos durante cuánto tiempo íbamos a necesitar lo 'viejo' y hasta cuando no podríamos disfrutar de la socialización de lo 'nuevo'. ¿Y mientras tanto cómo haríamos? A esa cuestión nunca hemos querido contestar y ahora nos sorprende que lo 'viejo' (gas, petróleo, carbón) esté muy vivo en el mundo y en Europa.
- ¿Es solo cuestión de determinación?
- Esto es una transición compleja y retadora. Hemos vendido a la sociedad que esto es sencillo, que basta con la voluntad de quererlo. Esta idea no estorba, pero en realidad es una transformación que afecta al mundo de la tecnología, la industria, la geopolítica, a la sociología, que supone cambios radicales en el modo de vida, en el bienestar de las personas… Y además, plantea el reto de saber cuánto van a durar las viejas dependencias y cuáles nuevas van a aparecer, porque ya las hay, y muy delicadas.
- ¿Se refiere a las materias primas para la tecnología?
- Efectivamente, ciertas industrias y materias primas están en manos de cárteles paraestatales que son utilizados para proyectar poder geoestratégico. No podemos ignorar esas complejidades. O cuidamos todos estos asuntos cruciales o la transición energética corre el peligro de naufragar.
- Pero las renovables eléctricas viven su momento 'dulce'...
- La eólica y la fotovoltaica son dos tecnologías sumamente competitivas que se están desplegando en todo el mundo a gran velocidad por mérito comercial propio y que no necesitan de ninguna ayuda para triunfar. Además de ser limpias, sirven para mejorar la competitividad y para reforzar nuestra autonomía estratégica. Gracias a ellas, juntamente con la hidroelectricidad y las nucleares, en la España peninsular ya hemos descarbonizado el 70% de la electricidad. Asunto aparte son las dificultades para descarbonizar el resto de los vectores energéticos vinculados al transporte, la industria o la agricultura.
- ¿Por qué si están maduras no están ya desplegadas?
- Las inversiones están frenadas por la burocracia y por los grupos sociales que más preocupación manifiestan por el cambio climático. Necesitamos avanzar con rapidez y estamos frenados.
- ¿Pero qué haremos cuando no haya viento o sol?
- Aún no tenemos claro cómo preservar la firmeza y flexibilidad que caracterizan el actual sistema eléctrico. La producción de estas tecnologías es predecible pero no gestionable. La ampliación de la capacidad del hidrobombeo es una de las opciones. También lo será la maduración tecnológica de las baterías de litio, que avanza con gran celeridad. A la vez, creemos que los consumidores activos deberán tener un rol determinante. La demanda ciudadana activa (no infantilizada como hasta ahora con desincentivos económicos) es parte esencial de la solución.
- ¿Cuál es su apuesta?
- La principal oportunidad de integración de renovables en España es el hidrobombeo. Tenemos el mejor sistema hidroeléctrico de Europa, que fundamentalmente es unidireccional. Se trata de hacerlo parcialmente bidireccional. Que parte de esa agua, igual que baje, suba para así almacenar electricidad y gestionar la integración del resto de renovables. Este tema está ahora mismo bloqueado porque no hay señales regulatorias ni económicas.
- ¿Cómo valora las ayudas directas frente a la crisis?
- Esta es una crisis de oferta. Del orden de tres cuartas partes del gas exportado por Rusia tenía como destino Europa. Así como la mitad aproximada de sus exportaciones de petróleo. En el caso del gas no es solamente que Europa haya dejado de disponer de la mayor parte de ese gas. Es el mundo quien está siendo privado. El resto de los productores no tienen capacidad de sustituirlo. En el caso del petróleo es Rusia, conjuntamente con la OPEP, quienes han decidido retirar del mercado global dos millones de barriles diarios. Por eso, la actual crisis no solamente es de carestía, sino que en el caso del gas lo es también de escasez. La insuficiencia la están sufriendo, además de los países que carecían de infraestructuras alternativas como Alemania, los más pobres que no pueden competir en la puja de precios. Por ello, debemos hacer uso de las lecciones aprendidas en la crisis energética de 1973. Con la diferencia de que ahora no habrá reciclado de 'petrodólares' en Europa. Por todo esto, creo que no tiene sentido la generalización de los subsidios. Las señales de escasez han de ser percibidas por los consumidores. Las ayudas directas son imprescindibles, pero sólo para aquellos grupos sociales más débiles o para aquellas actividades económicas más necesitadas y esenciales. Un asunto nada trivial.
- No llegamos al objetivo de descarbonizar la economía
- La descarbonización completa de la electricidad está a nuestro alcance si resolvemos su almacenaje. Asunto aparte es el resto de los vectores energéticos que consumimos. Además, en España, lo estamos complicando con la decisión de cerrar sus siete grupos nucleares entre 2027 y 2032. Esa electricidad no emite gases de efecto invernadero, es competitiva y robustece nuestra autonomía energética.
- La tecnología está lista para electrificar algún sector. ¿Cómo valora este avance?
- Tengo el convencimiento de que en las próximas dos décadas el transporte terrestre estará en una fase avanzada de descarbonización mediante vehículos eléctricos o con combustibles alternativos como el hidrógeno, entre otros. Pero aún no tenemos resuelto cómo descarbonizar el transporte naval y el aéreo o hacer lo propio con algunas industrias. Queremos contar con el hidrógeno, pero necesitamos madurar las tecnologías existentes y desarrollar otras nuevas. Existe un desfase entre las opciones tecnológicas y las oportunidades de mercado. Necesitamos avanzar en tecnología, y para ello es imprescindible crear nuevos centros tecnológicos. Este asunto lo tenemos muy descuidado.
- ¿Por falta de presupuesto?
- No creo que sea cuestión de dinero. Un centro tecnológico puede estar compuesto por unas 150 o 200 personas con un presupuesto de unos 25 a 30 millones de euros al año. Lo que necesitan es libertad para gestionarse, por supuesto con rendición de cuentas, y estabilidad para avanzar. Urge apostar por esto. Sin una estrategia científica, minera e industrial, nacional y europea, la transición energética provocará una cuantiosa transferencia financiera y deslocalización de industrias con efectos muy desestabilizadores.
- ¿Este 'futuro' ya asoma?
- Lo vemos con la guerra de Ucrania. Nos estamos jugando la esencia de Europa. También la relación con China. Su programa nuclear o su apuesta por la industria de bienes para la descarbonización merecen nuestro escrutinio por su trascendencia geopolítica.
- ¿Ve posible un acuerdo de superpotencias?
- Si recuperásemos el orden multilateral basado en reglas, esta mutación sería difícil pero abordable. Pero en un mundo que se está transformado en un sistema multibilateral basado en el poder, la tarea se antoja casi imposible. El sistema global está muy deteriorado.
- Su discurso es muy pesimista.
- Tal vez no, si nos ocupáramos de cinco asuntos cruciales: la planificación para transitar entre lo 'viejo' y lo 'nuevo'; una estrategia para afrontar con éxito la rivalidad por el control de las nuevas tecnologías, industrias y materias primas; la gobernanza de la transición, clarificando cuál debe ser el papel imprescindible del Estado, pero también el de la iniciativa emprendedora sin la cual no lograremos avanzar; la geopolítica sigue muy viva y hay que abordarla con realismo, ¿quién habló del 'fin de la historia'? Y, por último, pero no menos importante, la equidad. Hay que cuidar de los más afectados, gestionar los costes y favorecer la productividad. En el largo plazo, la productividad lo es todo en el bienestar. Esta necesaria transición requiere llegar antes y más lejos de a donde por sí solas nos fueran a llevar las fuerzas de la tecnología y del mercado. Pero este desafío entraña asuntos muy delicados y nuevos en el devenir de nuestra historia como humanidad.
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