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Rocío Mendoza y Álvaro Ybarra Zavala
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Martes, 15 de noviembre 2022, 18:05
Antón Costas (Vigo, 1949), desde su puesto como presidente del Consejo Económico y Social, percibe una sociedad tocada por las consecuencias de la crisis de 2008 y su gesitón, entre otros factores. Los altos niveles de desigualdad y el malestar de aquellos que se quedaron atrás alimentan hoy el auge de los partidos autoritarios en Europa. Para revertir esta situación, este economista de referencia aboga por una regeneración de las empresas, con más innovación, productividad y buenos empleos, así como el aprovechamiento de unos fondos europeos que pueden transformar el país.
- La desigualdad, lejos de corregirse, aumenta. ¿Cuál es su diagnóstico?
- Este fenómeno responde a una corriente de fondo que se manifiesta a partir de los 70, y ya de una manera clara en los 80 cuando la desigualdad, en términos de ingresos y riqueza, aumenta de manera muy importante. Esta es la tendencia general actual. Ahora bien, la desigualdad es un elemento muy importante del presente y del futuro de nuestras sociedades, porque es un poderoso disolvente de cohesión social y territorial, esta última, necesaria para una sociedad pluralista y una economía de mercado armoniosa. De tal forma que, cuando esta desigualdad es muy elevada, esa sociedad se ve abocada a un malestar, un resentimiento y a explosiones de ira crecientes, con conductas políticas de tipo autoritario. Esta es mi visión general de la situación.
- ¿Estamos en un escenario similar al de la Primera Guerra Mundial?
- No creo que haya fatalismo en la historia, pero sí se puede hacer un cierto pronóstico. Marx dijo que la historia no se repite, pero Mark Twain decía que no se repite pero rima. Lo que vemos ahora en términos de malestar social rima con lo que ocurría alrededor de la Primera Guerra Mundial. El motivo son los niveles de desigualdad, que vuelven a ser muy elevados. Yo encuentro a mi alrededor un fuerte resentimiento, una cierta ira de muchas partes de nuestra sociedad que se ven postergadas, que se quedan atrás en la agenda, en el reparto de la prosperidad que produce la economía y, en muchos casos, que se quedan en la cuneta de la falta de empleo, de ingresos y de oportunidades. Este resentimiento estuvo contenido en la primera parte del siglo XX, pero a partir de 2008, con la recesión, el conflicto social emerge, y formaciones políticas de naturaleza de extrema derecha o autoritarias encuentran un apoyo cada vez mayor de estos sectores de la sociedad. Creo que la forma en cómo se afronta la crisis del 2008 comienza a pasar factura política. Fenómenos como el 'Brexit' o Donald Trump no se entienden sin este fenómeno.
- La medida básica del reparto de la riqueza son los impuestos. ¿Es la única?
- El nuevo contrato social que yo defiendo para las próximas décadas no se basa prioritariamente en la redistribución a través de los impuestos y un mayor gasto social. Tiene que focalizarse, especialmente, en acciones en el ámbito de la distribución o producción. Esto es, medidas políticas para capacitar mejor a las personas con el fin de que después puedan encontrar buenos empleos con buenos salarios. Si en los próximos años quisiésemos reducir la desigualdad únicamente a través de la redistribución (más impuestos y más gasto social) probablemente la presión sobre el sistema fiscal no sería aceptable.
- ¿Se refiere a la educación?
- No exactamente. Mi hipótesis es que el núcleo de la mayor desigualdad y pobreza que tenemos ahora viene de la falta de buenos empleos. Aproximadamente el 80% del incremento de la desigualdad en España en la última década viene de ahí, no de un mal funcionamiento de los impuestos y el gasto social. Tenemos que llevar a cabo acciones orientadas a crear buenos empleos para más personas, especialmente mujeres y jóvenes, y en más lugares del país. Especialmente, en los más dañados por la desindustrialización.
- Esta responsabilidad recae más en las empresas.
- Tenemos un sistema empresarial que no es malo; no hago causa general. Pero necesitamos aumentar de manera urgente la productividad de las medianas y pequeñas empresas y, a la vez, aumentar su número. Si no logramos esto, no arreglaremos el problema. El contrato social del siglo XXI no es como fue el contrato social del siglo XX, que acentuó la acción en la redistribución y la creación del estado del bienestar.
- Hablamos de ese cambio en un año en el que el Gobierno crea impuestos frente a la crisis.
- Se podría decir que estamos en la misma clave de aumentar impuestos para obtener ingresos que permitan amortiguar el gasto de cara a la crisis, pero en un momento como el que vivimos es preciso porque es extraordinario.
- ¿Qué define a las buenas empresas de las que habla?
- Buenas empresas son empresas con beneficios, con buenos empleos, buenos salarios, productividad e innovación. No es algo imposible. Hay muchas. Eso es lo que tenemos que perseguir: aumentar la productividad que viene de la innovación y, a la vez, aumentar el número de proyectos empresariales con estas características. Si lo logramos, este país tiene un futuro muy bueno por delante.
- El propósito de las empresas está en alza. ¿Es solo una moda?
- Hay un sentimiento de que se ha llegado a cierto límite. En 2019 apareció el manifiesto que reunía a consejeros delegados de las mayores corporaciones públicas estadounidenses en el que confesaban que se habían equivocado en la gestión de sus empresas y venían a decir que eran la causa del malestar social. ¡Tiene mérito! Se comprometían entonces a gestionar sus corporaciones en beneficio del conjunto de la sociedad. Ahí se introduce esta retórica del propósito. Así, es en el mismo seno del capitalismo donde hay un sentimiento de que hay que introducir este objetivo en la gestión de la empresa al mismo nivel que el beneficio. Creo que este movimiento no es una moda. Esa percepción la veo y de hecho en la Ley de Crea y Crece son nombradas como figura legal de 'empresas con rentabilidad social'. Hay una conciencia, un sentimiento nuevo de que la gestión empresarial tiene que ser sostenible, también en términos sociales. El malestar no puede llegar a romper las sociedades pluralistas democráticas.
- La pandemia alimentó voces que anunciaban el fin del capitalismo. ¿Está tan muerto?
- No, no creo. Soportará a largo plazo con una versión diferente. El capitalismo tiene más capacidad de regenerarse de lo que normalmente le han atribuido la gente de la calle y algunos economistas a lo largo de las generaciones. Unos han venido a decir que el capitalismo acabaría por sus fracasos y otros han dicho que su propio éxito crearía una clase media tan numerosa que haría unas exigencias al sistema tales que acabarían con él. Así que 'matarlo' es una tendencia histórica, pero no se ha sabido ver que es como un ave fénix, capaz de rectificarse a sí mismo. Estos movimientos de renovación ética del capitalismo que citaba antes son su nueva versión. Estos serán capaces de regenerar moralmente la conducta del sistema.
- ¿Pero puede dar soluciones a los que se quedan en la cuneta?
- El capitalismo es como el colesterol, lo hay del bueno y del malo. Pero este sistema combina bien las altas capacidades del Estado con las del propio sistema económico. Además, hace la promesa a la sociedad de darle oportunidades a todos, especialmente a quienes más lo necesitan. Ese es su núcleo moral. Otra cosa es que algunos no lo practiquen.
- ¿Cuál es el papel del Estado frente a los fallos del sistema?
- No soy capaz de concebir un país moderno sin un Estado capaz y, a la vez, una sociedad capaz de controlar a ese Estado. Pero este debe tener una alta capacidad para atender necesidades sociales fundamentales y para marcar el rumbo. Debe haber un equilibrio.
- ¿Está el Estado a la altura de los retos futuros?
- Nuestro debate público y político hoy no está recogiendo todas las consecuencias de la incertidumbre que deja la concatenación de calamidades de los dos últimos años. Cuando el escenario está despejado, normalmente, cada uno puede asumir sus propios riesgos porque estos son situaciones predecibles. ¿Pero qué sucede cuando el escenario es de incertidumbre y no permite ver cuáles son? Esta es la gran diferencia. ¿Cómo respondes? Lo que tienes que hacer es socializar los posibles riesgos como sucedió tras la Segunda Guerra Mundial, cuando nos cubrimos creando bienes y servicios públicos de naturaleza colectiva (pensiones, cobertura por desempleo…). Eso es lo que debemos hacer ahora frente a la incertidumbre: volver a fortalecer alguno de los instrumentos colectivos que ya tenemos y crear algunos nuevos. Estos son los fondos europeos, por ejemplo, fondos públicos para invertir en actividades transformadoras que tienen elevado riesgo.
- ¿Sin los fondos europeos no serían los países capaces?
- En las etapas de transición como la que estamos viviendo ahora se necesita meter algo de política dentro de la economía para que esta pueda ir más allá de lo que irían por sí solas las empresas o los bancos. El éxito de Estados Unidos, Reino Unido, Corea del Sur o China son inexplicables sin esta fórmula. No se trata de sustituir al conjunto de la economía, sino marcar el rumbo desde el equilibrio.
- ¿Cree que el Estado llegará a cambiar su papel en algún área?
- El equilibrio entre Estado y sociedad es uno de los retos que tenemos por delante ahora. Creo que en las próximas décadas el Estado va a tener que asumir nuevas funciones regulatorias, especialmente en tecnología. Somos capaces de concebir el avance de la tecnología tal como se está desarrollando, donde la dirección la están marcando unas cuantas empresas y dentro de esas empresas, unas élites muy reducidas. Pero la potencia de la tecnología requiere que haya que subirse a ella y dirigirla en dos sentidos: la capacitación de los trabajadores y de competencias digitales al ciudadano y, por otro lado, dirigirla de tal forma que no te rompa los derechos humanos y los derechos civiles que tanto costó conseguir. En las próximas décadas vamos a tener que hacer un esfuerzo extraordinario para darle mayores capacidades al Estado para poder dirigir el cambio tecnológico y también a la sociedad para controlar a ese Estado y a las élites.
- ¿20 años serán suficientes para ver tantas transformaciones?
- Cuando dentro de diez años miremos hacia atrás seremos conscientes de que estamos viviendo una modernización institucional y una transformación productiva de la economía española, gracias a los fondos europeos, que solo hemos visto en tres momentos en los últimos 150 años. No puedo pronosticar cuáles serán los efectos concretos, pero lo que estamos haciendo estos años, al margen del gobierno que esté ahora, es transformador para el país. Sucede lo mismo que en los 60: se palpa un deseo de cambio. Muchas de las leyes que nos vienen casi impuestas por el contrato que hemos adquirido con la Unión Europea tienen capacidad de transformación y detrás de todas esas leyes hay dinero. Si no hubiese ese deseo de cambio, el dinero probablemente sería mal empleado y todo esto sería una especie de 'bienvenido míster Marshall'. Pero habiendo liderazgo, tendrá una capacidad de transformación tremenda. Algo así te cambia un país.
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